El ajusticiamiento a Jesús fue injusto e ilegal. El sanedrín fue el cuerpo asesor formado –por Moisés a pedido de Dios (Números 11:16)– por 70 hombres, ancianos del pueblo y a la vez magistrados. Pero el sanedrín en la época de Jesús era designado por el sumo sacerdote, integrado por 71 miembros generalmente saduceos, clase aristócrata y colaboradora del imperio romano, contaban con el aval del gobernante imperial.

Según el Derecho hebreo se tenía un procedimiento para juzgar en lo civil y penal, había un tribunal ordinario formado por tres miembros, uno por cada litigante, y el tercero elegido de común acuerdo entre ellos. Luego estaba el consejo de ancianos que juzgaba en segunda instancia lo decidido por el tribunal ordinario, siendo competente para juzgar los delitos de pena capital; estaba integrado por 23 miembros, profesionales del entorno social. En tercera instancia existía el gran sanedrín o gran consejo de la nación, constituido como el más alto tribunal de justicia, dictaba sentencias de muerte pero se ejecutaban con la aprobación del prefecto romano. El sumo sacerdote era el jefe del pueblo judío en el ámbito religioso, político, y su influencia era decisiva. Los delitos más graves eran: no adorar a Dios, tomar el nombre de Dios en vano, y violar el descanso del sábado; la divinidad también era delito contra el Estado. El procedimiento legal para tratar un caso de pena de muerte era que el sanedrín debía reunirse por lo menos con 23 de sus miembros jueces presididos por el sumo sacerdote. El sanedrín, tribunal judío, imponía cuatro formas de muerte: lapidación, hoguera, decapitación y horca. Pero en tiempos de Jesús y bajo la ocupación romana, solo el imperio imponía la pena de muerte, siempre y cuando el tribunal judío la dictaba y el gobernador romano la confirmaba. Roma castigaba severamente a los condenados a muerte con el “suplicio de la cruz”, para que el castigado la tenga lenta y cruel, era el método más ignominioso para que sea escarmiento para la población. En el caso de Jesús no se cumplieron los pasos legales, lo que ahora diríamos, se le hizo un juicio sumarísimo con total indefensión, sin acusación motivada ni acusadores idóneos ni testimonios a favor. Pilato tuvo la oportunidad de hacer justicia, su mujer le aconsejó que no tuviera nada que ver con ese hombre justo, pero los sacerdotes persuadieron a la multitud transformada en fanática, que vociferaba que Jesús sea crucificado; ante lo cual Pilato convencido de la inocencia de Jesús, pero ante la presión de la multitud, se “lavó las manos”; soltó al delincuente Barrabás y entregó a Dios para que sea crucificado (Mateo 27:25,26). Jesús fue condenado por el pueblo y sus sacerdotes, quienes se sintieron descubiertos de hipócritas (Mateo 23:13,27), por el Maestro en varias oportunidades, y ellos lo acusaron de blasfemo (Mateo 9:3), por hacer milagros. Su condena fue uno de los más terribles errores cometido jamás.

Fernando Coello Navarro, abogado, máster; Guayaquil