Escribo esta columna en tiempos inciertos, cuando los ecuatorianos vivimos una situación muy malinterpretada por parte de todos los involucrados. Ante tales circunstancias, me hago preguntas que van más allá de los resultados electorales.

Parece que el oficialismo no ve la problemática que hay más allá de las elecciones: un país dividido en mitades casi perfectas. Sabíamos –desde antes de la segunda vuelta– que cualquiera de los dos bandos políticos tendría a medio país en su contra, en caso de llegar al poder. Vale la pena analizar las condiciones actuales, para encontrar luces que nos ayuden a converger las visiones contrapuestas de nuestro Ecuador.

El oficialismo –que ha sido proclamado oficialmente como el ganador de las pasadas elecciones– se encuentra fluctuando entre la negación y la paranoia. Muchos de sus simpatizantes no comprenden el porqué de las protestas e inconformidades expresadas por muchos en las calles. Cometen la ligereza de creer que quienes protestan son exclusivamente de las filas de CREO, y ante dichas expresiones de inconformidad, aseguran que pueden proceder como los dirigentes quieran, por haber triunfado en las urnas. Nada más ajeno a nuestra realidad.

No todos los que hemos protestado en las calles lo hacemos por militancia política. De hecho, no todos los que hemos expresado nuestra inconformidad de manera pública lo hacemos por estar inconformes con los resultados oficialmente proclamados por el CNE. Detrás de las protestas existe un motivo que va más allá del ejercicio de la democracia, y radica en la forma en la que el Gobierno saliente ha manejado a sus opositores. Más allá de ganar o perder una elección, la mitad del país está cansado de que se trate la discrepancia como un delito. Han sido diez años de despreciar, disminuir y ofender a quien piensa diferente. En algunos casos, las discrepancias con el Gobierno saliente han provocado situaciones que han terminado en acusaciones de atropellos a los derechos humanos.

La mitad del país está cansada de tal visión. Un triunfo estrecho en las urnas no es una licencia para proceder de manera unilateral, sin practicar el diálogo. Resulta irónico que una agrupación política que sustenta su discurso en los abusos cometidos antes por las clases dominantes de otros tiempos se sienta con la libertad de hacer lo mismo en contra de sus opositores.

Ahora, si el escenario nacional no muestra un giro de timón, ¿qué hacer entonces?, ¿cuál sería el siguiente paso, en el caso de que las pasadas elecciones no vean alteración alguna en sus resultados finales? 10 años es tiempo suficiente para que un país reflexione sobre el sendero recorrido; para que una revolución abandone sus causas originales y se convierta en el nuevo statu quo.

En mi opinión, los cuestionamientos a la actual estructura estatal deben seguir, más allá de las elecciones. Debe haber una puerta abierta para la expresión libre de cualquier inconformidad, sobre aquellos aspectos que queremos reformar para bien, siempre a través de medios pacíficos y denunciando –si fuera el caso– la soberbia que se pueda dar en el ejercicio del poder por parte del nuevo statu quo de este oficialismo nada revolucionario.

(O)