Y llegó el 2 de abril. Las elecciones. Todos esperábamos que ellas resolvieran muchas cuestiones. Algunos, en sus fantasías creían que a partir del día 3, el cielo cambiaría de color. Y de paso todo lo que hay debajo. Varios lo querían más verde e incluso lo aspiraban rojo. Otros, al contrario, creían que estaba por venir un cielo azul, blanco o incluso naranja. Algunos, más sistemáticos tocaban la trompeta por el fin de un ciclo, el correísmo, y el inicio de un nuevo ciclo, uno más luminoso. Lo cierto es que el lunes el cielo siguió nublado. No solo por la falta de un resultado electoral definitivo, sino como producto de la estación invernal.

Y, ciertamente, cuando tengamos resultado electoral definitivo, y venga lo que venga, el cielo seguirá con su color natural. Porque la agenda que precedió a la elección se mantiene. Y le sucederá al acto electoral, el que tiene una precisa y limitada significación. El resultado electoral transforma a la agenda en lo que tiene que ver con el tipo de autoridad presidencial. Importante en el presidencialismo exacerbado que vivimos. Pero solo eso. Aquello que llamamos proceso, no se reduce a una circunstancia importante, las elecciones. Luego de una adecuada lectura, esa circunstancia puede mostrar que algo empieza a cambiar. Sí. Pero que solo empieza. O que retrocede. Porque el autoritarismo ecuatoriano no se ha derrumbado. El resultado electoral cataliza o bloquea, pero no termina o inaugura un nuevo ciclo político.

Los factores que provocaron la década de autoritarismo y los productos de esa misma década están allí. Siguen operando bajo nuevas coyunturas. Las elecciones permiten que los ecuatorianos escojamos a una autoridad, agente político que decodifica el amplio mandato que otorgamos. El que se convertirá en un mandato meramente delegativo –parecido a un cheque en blanco como lo fue con el correísmo– si nos dejamos, como nos dejamos con el correísmo.

Clarifiquémonos (suelo intentarlo en esta conversación con la computadora como intermediaria) lo que está ocurriendo desde el 2 de este mes, santo por más señas.

La institución de la segunda vuelta fue introducida en Ecuador con la transición a la democracia. Importada de Europa, especialmente de Francia para aquella ocasión, trataba de evitar como resultado electoral a presidentes de débil aceptación, elegidos con porcentajes exiguos. Aquella aspiración consistía en que la segunda vuelta estimulara las alianzas en torno a los candidatos finalistas, de modo tal que el presidente electo estuviera muñido de un sólido respaldo (y de paso empujara hacia un sistema bipartidario acariciado por algunitos como única fórmula de estabilidad).

Entre otros factores, por el débil sistema político ecuatoriano, en las primeras dos décadas de democracia resultó que la segunda vuelta provocaba un movimiento espontáneo de los electores en torno a los candidatos, aglomeración que no se sostenía. En suma, no se consiguió el objetivo político aspirado.

En 1998, en la constituyente sin ciudadanos revolucionarios surgió y se ratificó en 2008, la constituyente de los ciudadanos revolucionarios, una modificación institucional. Se quería flexibilizar la conformación de mayorías de la segunda vuelta. Así, se acudió a experiencias más cercanas, Argentina, Costa Rica, si mal no recuerdo. Se planteó la creación de una mayoría especial, el 40% con 10% de distancia entre el primero y el segundo. El objetivo seguía siendo el mismo. Estimular las alianzas, pero evitar las segundas vueltas como las descritas.

Y así llegamos al 19 M. Y casi no hay segunda vuelta. El candidato delegado del populismo, el de gran corazón, por poco le gana a la oposición. Solito pues no presentó aliados institucionales. Solo con la apelación al pueblo desde el podio del carisma del mentor casi llega al 40%. La oposición que había planteado –en grueso– tres grandes bloques, que recogerían el rechazo al correísmo, fue muy optimista. Asumió que había lo suficiente como para que los tres bloques de alianzas –ubicados entre la centroderecha y la centroizquierda– pudiesen hacer de la primera vuelta una primaria. Y determinar cuál de ellos sería la mejor para la segunda vuelta. Aquellos tres bloques fueron lo que el país daba, para decirlo en términos agrícolas.

Aquello que llamamos proceso no se reduce a una circunstancia importante, las elecciones. Luego de una adecuada lectura, esa circunstancia puede mostrar que algo empieza a cambiar. Sí. Pero que solo empieza. O que retrocede. Porque el autoritarismo ecuatoriano no se ha derrumbado. El resultado electoral cataliza o bloquea, pero no termina o inaugura un nuevo ciclo político.

Como sabemos, la formación de bloques de alianzas no responde a la voluntad de iluminados. Sino a una realidad, que viene de atrás, de mucho más atrás, desde las entrañas de las bases sociales de la democracia. Más aún cuando el correísmo había arrasado con el sistema político. Y evitaba (así como ahora evita) su reconformación.

La institución flexibilizada produjo resultados a medias. Como el país. Que cada vez más se acostumbra a ser –y solo ser– un vaso medio lleno y medio vacío. Que a veces funciona por el lado medio lleno y otras por el medio vacío. Así, solamente impidió la ganancia del autoritarismo en la primera vuelta.

Luego de la segunda vuelta podemos admirar, por un lado, cómo el autoritarismo convirtió a la provincia más afectada por el terremoto en un espacio cautivo para la operación del aparato clientelar moderno. El clientelismo funcionó mejor con el dinero público nacional e internacional en el margen con el que pretende ganar las elecciones (2% de sobretasa del IVA y el dinero donado por el pueblo de varios países para la zona afectada). Mientras que, por el otro lado, se formó un frente –de hecho– multipartidario, pluriclasista, pluriétnico, interterritorial, de carácter nacional, para superar la diferencia con que entró a la segunda vuelta.

El producto. Un país dividido. Como el que sueña el régimen, espectro de otras experiencias internacionales fallidas, como el que vimos en el festejo –comité político– de la ALBA. Modestamente y sin algarabía, mañana analizaremos los escenarios futuros. (O)