¡Qué peligrosos lenguajes despliegan el Gobierno y la oposición para describir la situación postelectoral en el Ecuador! Lenguajes que tienen como trasfondo, como eje de su construcción, lo que podríamos llamar el complot y la conspiración, en mi contra, del otro transformado en un enemigo irreconciliable. El correísmo no podía terminar de otra manera para ser leal con su obsesión confrontativa y mesiánica: llevar el dramatismo de la lucha por el poder hasta el final, convertirla –como ha dicho Correa infinidad de veces– en un juego de suma cero: hasta la victoria siempre. Imponer, aunque sea por la fuerza, el dominio político.

Desde las miradas conspirativas las acciones del enemigo, como en la guerra, obedecen a un cálculo fríamente establecido y a una estrategia bien planificada. Para el Gobierno, hay un complot de la derecha que se viene tejiendo desde hace meses: construir la idea del fraude, difundir el día de las elecciones un exit poll tramposo, proclamarse Lasso presidente muy temprano en la tarde; tener una cobertura noticiosa amañada y rematar con el conteo rápido de Participación Ciudadana. Todo perfectamente calculado, táctico y estratégico, porque se sabían perdedores de antemano. En este relato conspiratorio la mayoría sigue estando en Alianza PAIS y todo lo que diga lo contrario resulta una puerca maniobra desestabilizadora de la derecha.

Del lado de la oposición se moviliza un relato igualmente conspirativo: el CNE, conducido por un compadre del presidente –han sido indecentes en sus tácticas–, arma el fraude, Alianza PAIS contrata encuestadoras leales para presentar un exit poll favorable; se manipulan los canales de televisión del Estado; se cae el sistema informático, cuando vuelve, los resultados son otros; un profesor de la Politécnica se presenta para legitimar un conteo rápido del CNE; aparece Moreno en la Shyris proclamándose ganador, y al día siguiente, en un Palacio de Carondelet adornado con banderas del Ecuador, aparece junto con Correa y Glas encabezando la ceremonia del cambio de guardia presidencial. Como en el relato gubernamental, en este todas las piezas calzan: se trata de una vulgar planificación de fraude para seguir en el poder de modo ilegítimo.

Ambas posiciones quieren respaldarse en la fuerza: los unos en las calles, con tarimas donde se puede decir cualquier cosa, sin límites ni prudencia; y los otros con acciones violentas, arbitrarias, abusivas, como el inaceptable allanamiento a las instalaciones de Cedatos –bajo acusaciones de ser una encuestadora delincuente y mafiosa– y a instalaciones ligadas a CREO.

Las elecciones, en lugar de restablecer un sentido de comunidad democrática, con autoridades legítimamente designadas por la voluntad popular, condujeron la confrontación de los últimos diez años a un terreno peligrosísimo, de fracturas insalvables. El correísmo solo despierta y alimenta fanatismos. Nos han llevado a jugar con fuego y nos empezamos a quemar: la más básica de las reglas de convivencia democrática –la transparencia de las elecciones–, de la que depende la aceptación de la autoridad, ha quedado rota. No hay nada que pueda llevar a la mitad del país a reconocerse en el débil Moreno. La imposición a patadas de todo, y ahora hasta de presidente de la República, deja abierto el camino de la desobediencia como corolario de una legitimidad cuestionada. Hemos jugado con fuego y nos estamos incendiando. (O)