No sé al momento de la publicación de este artículo si las manifestaciones realizadas después de la segunda vuelta electoral, para apoyar el pedido del candidato de la alianza CREO-SUMA para impugnar los resultados presentados por el CNE, han cumplido sus objetivos democráticos y logrado la revisión solicitada.

Lo que sí puedo afirmar como ecuatoriana es que me siento orgullosa, porque se ha cumplido una jornada de intenso patriotismo en la cual, con valentía y sin miedo, multitudes de partidarios se lanzaron a las calles, avenidas y carreteras para protestar, pacíficamente, por un proceso que no garantiza transparencia, con más fuerza que lo realizado ya, después de la primera vuelta electoral.

Es invalorable esta capacidad de reacción, que no debe decaer en la lucha por una democracia auténtica donde se garantice la independencia de las funciones del Estado, la justicia y libertad.

Ya quedó atrás la etapa del miedo, ahora se ha hecho gala de valor, decisión y unión que deben perdurar en el futuro para luchar siempre contra quien se crea dueño del país.

No podemos darnos el lujo de desalentarnos ni de perder la fe que ha sostenido y animado a todos los que participaron en las marchas y plantones y a quienes apoyábamos desde nuestros hogares con mensajes y oraciones.

Dejar paso al desaliento es lo que más beneficia a los contrarios. Ni miedo, ni desilusión podremos mostrar jamás ante el abuso de poder, ante la mentira, la corrupción y la injusticia, más bien, animarnos porque las rechazamos.

Sigamos despiertos y atentos a lo que se venga. La patria es nuestra, Ecuador somos todos y nos pertenece, debemos cuidarlo, protegerlo, sin desmayar.

No puedo dejar de expresar mi sincera admiración por el valor y coraje de muchas mujeres y hombres de la tercera edad que se plantaron sin miedo, dando ejemplo de patriotismo y coherencia con sus convicciones.

Las generaciones que se hicieron jóvenes en estos últimos diez años y también los adolescentes necesitaban este ejemplo, esta reacción decidida, para despertar y sentir que también son ecuatorianos y que sí les importa el país.

Desalentarse es dormirse, es descuidarse, como si dejáramos las puertas abiertas de nuestra casa para que ingresen los ladrones y se lleven todo.

El desaliento, la impotencia son tentaciones que pueden invadirnos y quitarnos el deseo de trabajar y luchar por lo que consideramos justo y verdadero. Hay que vencerlas, no pueden dominarnos, el país nos necesita siempre.

Es esencial no perder la capacidad de indignarnos para poder reaccionar. Conservar la cordura sin necesidad de alimentar ni el odio ni la violencia para no caer en contradicciones. Considerar siempre en primer lugar el recurso del diálogo.

Mantengamos la fe, creyendo que sí es posible el cambio. Alentemos la esperanza de los conciudadanos que tienden a desalentarse. Que el espíritu de unión y lucha demostrado en estas últimas semanas se mantenga fiel a la verdad y a los anhelos nobles de una verdadera democracia en un Ecuador sin corrupción. (O)