Había escuchado repetidamente, y de personas diferentes, que el país se apresta a ser la nueva Venezuela. Me había resistido a creerlo porque ya hemos experimentado crisis políticas y económicas a causa de gobiernos de distintas tendencias ideológicas (pendularmente, de izquierda a derecha o al centro y populismos de cada corriente), en las cinco décadas de conciencia política que tengo y no se había cumplido el escenario; además porque son tantos los recursos naturales y humanos que tiene nuestro país que parecería imposible caer en tal vergonzosa situación. Aunque debo reconocer la endeble cultura democrática y el estigma de gobernabilidad que nos ha legado el pasado.

Un talentoso colaborador que me honró con su amistad me aseguró que “justo hace dos años se habían dado en Ecuador las condiciones en las que Venezuela comenzó la debacle socioeconómica política que la llevarían al estado de crisis actual”. Él había venido hace cinco años con toda su familia persiguiendo el sueño ecuatoriano, desde la Venezuela chavista, convulsionada y empobrecida; la que había sido la Venezuela rica, la de los cerros, donde se rumia la miseria y se teje la esperanza (como dice la canción de Alí Primera, juglar revolucionario de los años 70). “Pero este Ecuador ya pasó de ser un sueño, para despertar en la misma pesadilla que vive mi patria. Allá, al menos tendré el consuelo de estar con el resto de mi familia y con los dólares que aquí he ahorrado podré sobrevivir un tiempo por la gran devaluación que existe (más de 1.800%)”. Por más amor que profese a mi tierra debo aceptar que Ecuador está herido de muerte. No hay peor ciego que el que no quiere ver. ¿Debo acaso esperar impávido la muerte?, ¿por qué no aprender de las experiencias ajenas para evitar ese costo? Es hora de reivindicar los derechos, evitar que mis hijos y nietos me interpelen por mi silencio, por la cobardía o por el sometimiento de mi conciencia.(O)

Joffre Edmundo Pástor Carillo,
Licenciado, profesor; Guayaquil