El grado de licenciatura sirve en la medida de que quien lo ostenta sabe demostrar los conocimientos recibidos. Señalo esto ante el curioso episodio protagonizado por Lenín Moreno, quien, en medio de la tensión creciente de estos días, tuvo una llamativa reacción ante la pregunta de un periodista que se dirigió a él de forma respetuosa como “licenciado Moreno”; respondió que se lo debe tratar con respeto, “soy el presidente electo de los ecuatorianos, no me trate como el candidato en sus medios”, es decir, dando la impresión de que le incomodaba que se mencionara su título de licenciado, para ser más exacto en Administración Pública, obtenido en la Universidad Central del Ecuador.

Trataré de ser prudente en el análisis: entiendo que Lenín Moreno, como muchos otros estudiantes en su momento, tardó en descubrir su verdadera vocación, al principio estudió Medicina, luego Psicología, hasta que finalmente se decidió por el estudio de la Administración Pública, debiendo destacarse el hecho de que su Facultad da prioridad “a la formación de administradores, directores, gestores responsables de la administración y el manejo de los recursos del Estado a través de la gestión de servicios públicos a favor de la comunidad ecuatoriana”. Interesante. En el estudio de su licenciatura, Lenín Moreno debió haberse instruido también sobre “el pensamiento filosófico de la administración, teoría administrativa, políticas públicas, gestión financiera, contabilidad pública, normativa sobre presupuesto, tesorería y norma pública”, es decir, toda una formación en el conocimiento de la cosa pública, por lo que con absoluta seguridad debe haber estudiado conceptos básicos de gobernabilidad, así como ejemplos históricos que confirman lo difícil que resulta dirigir un Estado luego de votaciones apretadas.

No solo eso. Si Moreno fue un estudiante diligente y acucioso con ganas de sobresalir, debe haber también aprendido que uno de los pilares fundamentales del convivir democrático es precisamente la legitimidad en las elecciones, lo cual demanda no solo una transparencia radical, sino también la fe colectiva de que los escrutinios han sido imparciales y objetivos, todo esto de acuerdo con principios generales del Derecho incorporados en la Constitución, Código de la Democracia y otros cuerpos legales. Como consecuencia de aquello en el estudio de su licenciatura, sus profesores deben haberle enseñado que ante la duda electoral, en el plano de la lógica jurídica y en el ámbito de los principios que la ley debe reflejar, el recuento total de votos es una opción que se justifica como bien jurídico que prevalece ante la visión estrecha de que solo se aceptaría tal recuento si se justifican tal o cuales causales.

En todo caso, este relato me llevó inevitablemente a un recuerdo de hace algunas décadas; resulta que en la escuela tenía un profesor que carecía de título académico, pero que había impuesto la necesidad de que lo llamemos “licenciado”, pues el ostentar dicho grado permitía que su imaginario intelectual se inflara cada vez que uno de sus discípulos le hacía una pregunta; así que el “licenciado” supo encontrar en ese título ad-honorem una especie de satisfacción peculiar que lo ayudó a superarse y, paradójicamente, a convertirse en un muy buen profesor sin ningún otro aspaviento. En otras palabras, licenciado, a toda honra. (O)