Volví a leer a Stendhal, recordé lo de la cristalización. Si se echa una rama seca en una mina de sal y se recoge al día siguiente, esta aparece transfigurada: se habrá cubierto de cristalitos brillantes que la habrán convertido en un ensamblaje de diamantes. Así convertimos al ser amado en invalorable alhaja. Pero Stendhal nos advierte de que aquella ramita a la que llamamos amor suele crecer en el filo de un abismo, razón por la que debemos correr el riesgo de caer en el precipicio. Si el amor no es lo suficientemente fuerte, será como un castillo de naipes que con el leve soplo de una brisa podrá derrumbarse sin más. “Amar es tener el valor de chocar con los obstáculos”. También acota Stendhal: “Lo que hace tan agudo el dolor de los celos es que el amor propio no puede ayudarnos a soportarlos”. Desde el siglo XIX las cosas no cambiaron mucho. Para poder amar de verdad necesitamos una vida entera, sabiendo asomarnos al filo de los precipicios, venciendo el vértigo, sorteando los obstáculos. El amor no cabe en una sola palabra, puede devolver la sensatez al más disoluto loco, forrar de delirio a la mente más cuerda, producir vida en una noche cualquiera, acabar con ella en el filo de una navaja o pastillas multicolores con las que Carolina Patiño solía jugar.

Por amor una princesa perdió sus anhelos bajo un puente parisino cuando su carroza de Cenicienta se estrelló contra las luces de la madrugada. El amor se retuerce de dolor junto a la cuna vacía, cuando la muerte o la separación soplan de golpe las velas de una torta cualquiera. Lo cantó el bardo francés Luis Aragón en inolvidables versos: “Il n’y a pas d’amour qui ne vive de pleurs” (No existe un solo amor que no sepa de lágrimas). El amor puede ser tan fuerte como el acero, tan débil como una burbuja, su fuerza se mide según cómo logra sortear los obstáculos.

Para Pablo Neruda, la crueldad asoma cuando muere la ternura, en cual caso el ser humano puede volverse implacable, capaz de mover el cuchillo en la herida: “El amor cruel es mentira, no hay amor donde no hay piedad. ¿Qué es el amor elevado, sino una piedad devoradora?”. Cuando la pasión se vuelve odio o indiferencia significa que jamás hubo amor, se sufre, se deteriora hasta el alma: “Hoy es viernes, tu ausencia hasta el lunes me hará envejecer años” (Pablo Neruda). Volvemos a lo de Stendhal: “Muy frecuentemente las lágrimas son la última sonrisa del amor”. Resulta más triste que una frase de Schopenhauer. Jean Paul Sartre opinaba que no podía existir una relación amorosa que no fuera turbulenta, este sentimiento tiene la capacidad de volvernos vulnerables. Perdemos en ocasiones la capacidad de control, el mundo se nos vuelve al revés, nuestra brújula interior se desvía ligeramente de ese “norte interior” que todos debemos mantener.

Orfeo bajó hasta los infiernos para recuperar a su amada Eurídice, el amor de verdad solo puede ser vencido por la muerte, el resto es literatura. (O)