ALBERTO RIGAÍL CEDEÑO

Qué triste es pensar que la competitividad es sinónimo de bajos salarios y condiciones de trabajo precarias. Qué pobreza conceptual es considerar que la competitividad pone al capital por encima del ser humano, o que esta solo se alcanza eliminando la seguridad social o relegando a las personas. Muy al contrario, la competitividad se alcanza con colaboradores muy comprometidos capaces y trabajando en buenas condiciones laborales.

Es un prejuicio ideológico creer que la competitividad nace del egoísmo humano. La competitividad nace del afán de ser más, de dejar el conformismo, es una actitud ante la vida digna de gente inteligente, que innova y crea. Nos hace sentirnos energizados, aceptar desafíos y estar listos para lograr muchas cosas en la vida, ya sea como empresarios, trabajadores, estudiantes, etcétera. En definitiva, nos hace mejores personas.

La competitividad ha estado estigmatizada por el Gobierno actual porque no la entiende y porque no la ha vivido. Por eso estamos en posición 91 entre 138 países, según el reporte de Competitividad Global 2016-2017, elaborado por el Foro Económico Mundial.

La visión populista de la economía le confiere a la competitividad un carácter agresivo e individualista, antípoda de la solidaridad. Sin embargo, la competitividad requiere que los sectores público y privado trabajen juntos. A nivel empresarial, esta se logra con decisiones estratégicas, con mejores tecnologías, con innovación y mejora del talento humano. La competitividad permite que los productos pasen el test de la competencia internacional y traigan dólares para la economía. En el ámbito público, la competitividad se consigue con políticas e instituciones que creen un ambiente en el que las empresas y los emprendedores puedan prosperar a nivel país, región y ciudad.

En el 2001 se creó el Consejo Nacional de Competitividad y el entonces viceministro de Comercio Exterior, Industrias, Pesca y Competitividad, Eduardo Jurado Bejar, lideró la propuesta de una Agenda Nacional de Competitividad y un Acuerdo Nacional de Voluntades firmado por setecientos líderes del país de diferentes sectores. Pocas propuestas de la agenda se cumplieron y el esfuerzo público-privado se diluyó en el tiempo. Hoy en día, las condiciones para una agenda competitiva son mejores porque ya sabemos las consecuencias de haberla abandonado y porque estamos viviendo una era digital de grandes oportunidades. Según Salim Ismael, autor del best sellerOrganizaciones exponenciales, la competitividad requiere de las nuevas tecnologías de la información y de la innovación, y a diferencia del pasado hoy se puede superar la escasez de recursos y resolver problemas sociales y económicos en corto tiempo.

Sacudámonos del pobre concepto ideologizado sobre competitividad que se nos ha vendido. Es un error concebir el desarrollo como un problema político y de poder resumido en una sola frase: quién manda en una sociedad. Nuestra sociedad necesita crear valor continua y sistemáticamente para vencer la pobreza y eso es básicamente un problema económico y de mentalidad.

La competitividad es una idea ganadora para todos. Si se adopta como política de Estado y como forma de hacer negocios y de trabajar, no cabe la menor duda de que vendrán mejores días. (O)