Marido y mujer en la cocina. Marido: Creo que me estás traicionando. Mujer: ¡Qué te pasa, hablas pendejadas! Marido: Entonces dónde estuviste anoche. Mujer: ¡¡Qué te importa!! Marido: Es que últimamente estás tan distante, casi nunca estás en casa, te comportas como lo hacías durante esos años en que me eras infiel. Por favor, explícame qué sucede… Mujer: ¡¡¡Cállate la boca, loco, no te estoy traicionando y punto!!!

Escenilla doméstica. Juegos de poder, de dominio. Uno quiere dialogar y expresa pacíficamente su inquietud. Otro ejerce una violencia despótica, descalificando a su interlocutor. Y ambos, atorados en esta vida juntos, en esa casa a la que llaman hogar, cual pueblo entre sus fronteras, se verán obligados a llegar a acuerdos, a restaurar la confianza, la comprensión y el respeto necesarios para superar cada crisis. O se sacarán los ojos. Infiel o no, la mujer está basando su poder en su autoritarismo. Las palabras del marido no son dignas de ser escuchadas. Punto. Un individuo o régimen autoritario agranda su poder alimentándose del desprecio a la “oposición”, viven de la supresión de las opiniones y propuestas que no pertenecen a su militancia. Sería tan fácil que ella le contestara (si fuera inocente y conciliadora): Pues mira, me apena que te sientas así, que te acose la duda. Si te hace sentir mejor te diré lo que hice anoche. A fin de cuentas, tienes razones para haberme perdido la confianza, y quiero que vivamos en armonía y vuelvas a confiar en mí. Estuve con Cecilia en la Alborada comiendo cangrejos. Compruébalo si quieres, acá está su número y el selfie que nos tomamos con los baberos.

Imaginemos ahora que esta pareja ejemplifica, cangrejos aparte, lo que sucedió en Ecuador tras los resultados electorales. Lo sabemos, la convivencia es dura. Las opiniones, las versiones de los hechos obedecen a distintas visiones y cosmovisiones. Chocan. Peor aún aquellas nacidas de prejuicios, resentimientos, miedos, desinformación. O peor, de mentiras. Por eso, la paz, la justicia, solo son posibles gracias al diálogo honesto y a la aplicación transparente de las leyes. Dos cosas que han brillado por su ausencia.

Mientras tanto, algunos diarios europeos de centroizquierda no tienen idea de lo que sucede en Ecuador. Y aún así, “informan” sobre el proceso electoral refiriéndose despectivamente a la denuncia de fraude. Les bastó asomarse a la ventana cerrada de la cocina mientras la pareja discutía y, sin siquiera escuchar, se lanzaron a defender, por supuesto, a la damisela en apuros. Si está clarísimo que el tipo grande y peludo, ¡banquero, encima más!, es el malo de la película. Para qué desvelarnos investigando los hechos, el historial de abusos… Como si realmente nos interesara Ecuador.

Periodistas bienpensantes del primer mundo, aplaudiendo el triunfo del “socialista” que “venció” al “banquero neoliberal”, asumiendo a priori que es el triunfo de la justicia social por sobre el abuso de las hienas del capitalismo. Asumen que “Lenín el socialista” es un gran líder. No tienen idea de la situación económica y política del Ecuador, del porqué del descontento popular, de las razones de ese 49%, o más, que votó por Lasso. No deberían defenderlo, no es su trabajo, pero si van a heroizar a Lenín, deben explicar por qué. Escriben “socialista” como si fuera un piropo. Y eso que este año recordamos el centenario de la Revolución bolchevique… ¿Es que a ningún periodista se le ocurrió preguntarse por qué este político utiliza su primer nombre (y no su apellido, como es costumbre)? ¿Nunca se cuestionaron qué tipo de “socialismo” representa este nombre, perdón, este hombre? Pero no exageremos, Lenín Moreno no es bolchevique. Tiene nombre de bolchevique, sí. Se lo pusieron sus padres, concedido, y aunque cambiarse de nombre es un derecho, los seres humanos desarrollan profundos vínculos afectivos con sus nombres. En fin, dejémoslo en lo siguiente: hay socialismos y socialismos.

Esclavos del pensamiento binario (ricos: malos, pobres: buenos, capitalistas: malos, revolucionarios: buenos), espectadores distantes, resulta “evidente” que el hombre grande y peludo, banquero para empeorar las cosas, blanco (ay Dios, qué tan malo se puede ser), es el malo de la película. “Seguro que el Tío Sam está moviendo los hilos del banquero, por eso no aceptan el triunfo del proletariado” comentaba ayer un lector alemán en el portal de un prestigioso medio. Y sus amigos de rancia izquierda le aplaudían, ellos tan expertísimos en política ecuatoriana (ya se imaginarán ustedes que los diarios europeos informan a diario sobre nuestro país).

Así las cosas afuera de la casita… Mientras tanto, adentro, continúa la “conversación”: ¡Cállate la boca, te doy treinta segundos para largarte, oligarca opresor, a nadie le importa lo que pienses!... De repente el hombre se levanta, angustia y rebeldía de niño acallado (“¡cierra el pico y cómete la sopa!”), harto de consignas demagogas de la tarima para abajo, ha decidido rechazar ese futuro donde tú te callas mientras yo canto “Venceremos”. (O)

Esclavos del pensamiento binario (ricos: malos, pobres: buenos, capitalistas: malos, revolucionarios: buenos), espectadores distantes, resulta “evidente” que el hombre grande y peludo, banquero para empeorar las cosas, blanco (ay Dios, qué tan malo se puede ser), es el malo de la película.