Concluidas las recientes elecciones presidenciales, si usted es una persona que estuvo vinculada, como miembro adherente o voluntaria a un partido o a un movimiento político y fue activa militante durante la campaña electoral, le pregunto: ¿apagará ahora su fervor patriótico y esperará las próximas elecciones para volver a convertirse en activista de la política?

¿Seguirá dedicando tiempo y dinero para que las tesis cívicas que usted defiende y propugna lleguen a aplicarse por los detentadores del poder, para gobernar en bien de toda la ciudadanía? ¿Hará el seguimiento para que se cumplan todas y cada una de las ofertas consignadas en el plan de trabajo que se inscribió junto con la candidatura que finalmente triunfe y que usted, como adherente u opositor, espera que se pongan en práctica?

¿Acaso pasará página y se olvidará de la política, hasta una nueva elección?

Planteo el interrogante porque hay quienes se acuerdan de su propio bichito político solamente en tiempo de campañas electorales y mientras ellas llegan se despreocupan o se preocupan poco de los problemas comunes nacionales, cantonales, parroquiales o barriales que aquejan a las comunidades a las que pertenecen y quieren ver positivamente superadas, pero no se afanan en ser sujetos de ese cambio positivo al que, con verdadero patriotismo, aspiran.

Tal situación podría compararse con nosotros, si no todos, algunos católicos, quienes nos sentimos impelidos a practicar más o mejor nuestros rezos y las obras de misericordia durante los tiempos de Cuaresma y Pascua de Resurrección, así como los de Adviento y Navidad, en los que por fin nos acordamos más de nuestro compromiso religioso que nos impele a solucionar las necesidades de los demás.

Aquellas personas que siendo cercanas pues nos topamos a menudo con ellas, incluso camino del trabajo, o familiares, parientes y amigos a quienes nunca visitamos o con quienes hemos cortado toda comunicación, poco tienen y mucho necesitan.

Considero que siempre deberíamos revisar nuestra conciencia sobre ese tipo de relaciones y rectificar nuestra conducta si no estamos procediendo bien.

Pues bien: me parece que igual ocurre con nuestra patria: la grande que es el país y las más pequeñas que son las provincias, cantones, parroquias, barrios y recintos.

Por eso y si usted es una persona que se siente aludida por lo que he argumentado, le sugiero que piense seriamente en afiliarse a un movimiento o a un partido político legalmente establecido.

Si no es así y me temo que esa es su realidad, procure organizar o incorpórese a una célula cívica, en la que pueda expresar, conjuntamente con otras personas, en similares condiciones que usted, sus pensamientos, sentimientos y soluciones respecto de los problemas que aquejan a nuestras comunidades y que requieren solución.

Escribo desde la experiencia. Dudas, ideas y soluciones políticas son confrontadas y esclarecidas en medio de conversaciones en las que sinceridad y buena fe se manifiestan en las intervenciones de los concurrentes.

¿Se incorporará a una célula cívica? ¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)