Siempre se temió que el Foro de Sao Paulo represente un peligro para la democracia por su ideología y propósitos. Lo ocurrido el pasado miércoles en Venezuela es prueba innegable de que no eran temores infundados: el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), controlado por el gobierno de Nicolás Maduro, decidió que el TSJ asumirá las competencias del Parlamento. La razón es la persistencia del “desacato”, un estatus que Maduro impuso el año pasado a la Asamblea Nacional por el incumplimiento de varias sentencias. Asimismo, días atrás, Maduro arrebató a los diputados opositores la inmunidad parlamentaria y concedió atribuciones especiales al presidente Nicolás Maduro en materia penal, militar, económica, social, política y civil.

El origen del Foro representa en sí mismo una contradicción con el término democracia sobre todo por el “quién” y el “para qué”. Fue creado en 1990 por Fidel Castro, con el propósito de ser un aparato unificador del comunismo en Latinoamérica. Su intención fue dar nuevo aliento al régimen comunista de Cuba tras la caída del muro de Berlín, y con él, el descenso de la Unión Soviética. La idea era tomar inicialmente el control de dos países poderosos de Latinoamérica, es decir, Brasil y Venezuela, para desde allí financiar el sometimiento del resto a una ideología que haga contrapeso a lo que ellos denominaban “neoliberalismo”.

Lo consiguieron. La elección por medios democráticos de Hugo Chávez en 1998 en Venezuela representó el primer gobierno de un partido miembro del Foro de Sao Paulo. Le siguió el triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva del Partido de los Trabajadores en 2002 en Brasil y el resto ya lo conocemos: Tabaré Vásquez en Uruguay, Evo Morales en Bolivia, Michelle Bachelet en Chile, Rafael Correa en Ecuador, Daniel Ortega en Nicaragua, y la lista continúa.

Que el artífice del Foro de Sao Paulo haya sido Fidel Castro da una clara pauta de que la democracia no estaba dentro de sus prioridades. Si bien hay quien afirma que en Cuba hay democracia, la verdad es que no queda rastro de ella puesto que este país está cerca de cumplir 60 años de un gobierno de un solo partido político, sin que existan los métodos para la alternancia de poder.

Si entendemos democracia en su sentido literal, es decir, “el poder del pueblo”, ¿qué significa realmente que el pueblo tenga el poder? Giovanni Sartori afirma que para ello, “la condición irrenunciable es que el pueblo impida cualquier poder ilimitado”. Si la Asamblea Nacional es una institución representativa del pueblo, puesto que sus integrantes han sido elegidos en las urnas, la disolución de esta institución significa disolver aquello que, en palabras de Sartori, “impide cualquier poder ilimitado”. El resultado es la eliminación de los pesos y contrapesos imprescindibles en una democracia.

La vulneración a la democracia en Venezuela ha sido una constante durante los últimos años. Sin embargo, este golpe de gracia ha terminado con cualquier vestigio de democracia que quedaba y confirma que cualquier iniciativa que se origina con Fidel Castro intentando diseminar el comunismo termina exterminando cualquier principio democrático. (O)