Alejado de la vorágine política propia de estos días, decidí revisar los últimos y más llamativos estrenos de obras teatrales a nivel mundial, no por un simple entretenimiento superficial sino porque el teatro, especialmente el de vanguardia, incorpora elementos de análisis de la vida cultural de los pueblos que terminan siendo francamente enriquecedores para los asiduos de tal expresión artística. De esa forma y luego de haber leído sobre diversos estrenos y reposiciones, me llamó poderosamente la atención una obra montada en Viena, protagonizada por el conocido actor John Malkovich y titulada Just Call Me God (Simplemente llámenme dios).

En la obra, mezcla de música y teatro, Malkovich interpreta el papel de Satur Diman Cha, un ficticio gobernante de un imaginario país llamado República Popular Unida de Circasia, quien ha regido los destinos de su pueblo por más de tres décadas bajo un régimen totalitario con la desorbitante creencia de que es casi un dios, sin espacio para el error, ni mucho menos para la contradicción. La obra empieza con un grupo de periodistas (¿la prensa corrupta?) y unos soldados que como parte de un plan para acabar con el dictador, ingresan a una enorme sala de conciertos que el oprobioso personaje se ha hecho construir bajo el desierto en su palacio; advertido del complot, el gobernante que se piensa dios se disfraza de mujer y termina matando a todos, menos a un capellán militar y a una periodista de un canal estadounidense, accediendo a una última entrevista ya que temía que su régimen de terror estaba por llegar a su fin. En la entrevista empieza a explicar sobre la necesidad del miedo para ganarse el respeto, al afirmar que el poder en el fondo no es más que imponer temor a los gobernados.

“El poder” continúa el despótico personaje “es la habilidad de hacer pensar a la gente que estás observando todo lo que hacen o dicen y que lo desapruebas”, en una clara demostración de que para él, la opinión contraria debe ser desacreditada a toda costa, con vehemencia y pasión, ya que ¿cómo se le puede ocurrir a alguien opinar en contra de sus dichos y voluntades? Siendo su palabra infalible, la creencia personal de que es un dios, simplemente llámenme así, responde a una elaboración interior que lo convence y desborda, lo eleva (al dictador, no al pueblo) a un estado mental de cuasi delirio en el cual se piensa predestinado, elegido, ungido, dueño de la historia, alabado y reverenciado, escritor de la nueva historia (todo el resto no existe o es basura de la patria), prócer y leyenda, es decir, un cúmulo de virtudes y destellos que lo hacen majestuoso, inalcanzable, pletórico. Obviamente, en la obra, Satur Diman Cha no puede olvidarse de las “noticias falsas” de la prensa inescrupulosa, siendo esa premisa consecuencia de su pretendida infalibilidad.

La obra con un fuerte sentido crítico apunta contra todo ejercicio de poder que quiera utilizar la intolerancia y la propiedad de la verdad absoluta como ejes de un proyecto político, advirtiendo de la severa distorsión que se puede dar inclusive en procesos aparentemente democráticos en diversos lugares del mundo. Y cosa curiosa, anticipa un dato referente: estos gobernantes suelen revestirse de una aureola mayestática, es decir, que pretenden reunir las características propias de la majestad, “solemnidad y grandeza, capaz de infundir admiración y respeto”. Ah, las coincidencias(O)