Cuando una persona hace exactamente lo mismo durante cincuenta años esperando distintos resultados, la tildamos de tonta o necia; pero cuando esa persona se llama Fidel Castro, los socialistas del siglo 21 señalan que es “un ejemplo digno de imitar” y lloran desconsoladamente ante su tumba.

Las ideologías y los dogmas a pie juntillas no hacen otra cosa que formar gente incapaz de cambiar de criterio; por ello no es extraño que cuando la realidad contradice sus creencias, simplemente la ignoren. Ninguna profesión u oficio que no sea el estrictamente religioso se debe basar en creencias preasumidas e inmutables, contratamos a un cirujano no por su adoctrinamiento previo sino por su experiencia; un ingeniero de izquierda no hace cálculos estructurales diferentes a los de tendencia derechista; el piloto de un avión deja en el andén sus teorías marxistas leninistas aun cuando aseguren estas que la ley de la gravedad no existe. Para elegir a quien va a administrar un país, deberíamos utilizar la misma lógica, escoger a quien al menos en su vida haya administrado una tienda de barrio, a quien por lo menos haya creado diez empleos. Esto es, si el candidato ofrece casa, que tenga una casa; si ofrece empleo, que haya generado empleo; y si ofrece pan, que haya generado patrimonio. Los venezolanos al escoger a un buen chofer de bus, cometieron un desatino.

La vida tiene diversos matices, infinidad de colores y no está sometida ni se aferra a comportamiento predecible; por eso es bella, única y debemos estar siempre preparados para cambiar la manera de pensar, cuando la realidad o los hechos contrarían nuestras apasionadas creencias. Bajo este razonamiento, la persona que se aferra a dogmas o doctrinas económicas y pretende que el mercado se adecue a su ideología, es un huero.

Aclaro que he cambiado muchas veces de opinión cuando la realidad me atropelló la cara.(O)

Ernesto Vernaza Trujillo, doctor en Jurisprudencia, Guayaquil