La dictadura sigue empeñada en violar los principios y reglas llamados a garantizar el sufragio libre. Y todo con el mayor cinismo y sin la menor vergüenza. Desde la máxima autoridad del organismo rector de las elecciones –que grotescamente resulta ser compadre del dictador– hasta las autoridades provinciales, coordinadores, juntas receptoras, pasando por los equipos técnicos, y responsables de la cadena de custodia, por doquier se respira el tufo del oficialismo. No se diga el triste espectáculo de ciertos generales. Lo que hoy vive el país en materia electoral es peor que el escenario contra el que luchó Velasco Ibarra en su época. Nada queda hoy de su gran contribución para instaurar en el Ecuador la libertad de sufragio.

Además, hoy los fraudes electorales no solo se cometen el día de las elecciones. Ahora se fraguan como una suerte de delito continuado, donde las infracciones a la letra y espíritu de las leyes se van cometiendo permanentemente, a veces inadvertidamente, y con antelación. Allí está la manipulación de los medios de comunicación “públicos”, que han estado al servicio del oficialismo. O el descarado uso de las instituciones del Estado y sus vehículos, maestros, cadenas, propagandas e inauguraciones de hospitales incompletos. Y todo en las narices de los organismos electorales.

Por cierto, lo que ocurre con los organismos electorales no difiere mucho de lo que sucede con otras instituciones. ¿Alguien cree en la independencia y seriedad de la Corte Constitucional o de la Corte Nacional o de la Contraloría? Hace poco, un exministro del régimen –convertido en el Marcelo Odebrecht criollo– admitió públicamente que él había entregado fajos de billetes en un cuarto de hotel a altos funcionarios del Estado de parte de contratistas. Y nadie lo ha contradicho. ¿Se imaginan a alguien diciendo eso de Hugo Ordóñez Espinosa o Edmundo Durán Díaz? (La dictadura, dicho sea de paso, no puede seguir descalificando las declaraciones de ese exministro diciendo que es un prófugo, cuando ella misma permitió que él se fugara...) Y esa es la tónica con la que se ha gobernado el país hasta convertirlo en uno de los más corruptos y atrasados del mundo: contratos a dedo, sobreprecios, comisiones, intermediarios escondidos, etc. ¿Nos habríamos enterado del asalto de Odebrecht de no ser por las fiscalías de Brasil y Estados Unidos? Con razón que no querían que la corrupción fuera parte del fallido debate.

Tienen razón para estar desesperados. El juicio de Núremberg que se les viene no los debe dejar dormir. Tienen tanto que ocultar, y no solo la lista de Odebrecht. Y esa es una razón para que muchos ecuatorianos venzan el miedo que el dictador ha logrado infundirles. El miedo del dictador y de sus nuevos ricos es mucho más grande. Después de todo, de nuestro lado están la razón, no la fuerza; la decencia, no la corrupción; la dignidad, no la vileza. Y ya eso es bastante para enfrentar con optimismo el nuevo Ecuador que debemos construir desde el domingo. (O)