Vivimos momentos históricos. Estamos confrontados a tomar una decisión que marcará el futuro de nuestro país.

Es desconcertante, aunque respetable, escuchar a miembros de la élite intelectual del país manifestar la decisión de anular su voto. Esencialmente de ideología de izquierda, se manifiestan críticos a la manera en que ha sido conducido el país durante la última década, pero sus principios ideológicos los vuelven opuestos a cualquier opción que conciben contraria a su posición política. Imbuidos de conceptos filosóficos están abatidos por el fatalismo de que habría que deshacer todo.

Howard Zinn, referente de los derechos civiles y del movimiento antibélico en los Estados Unidos, dijo que “no se puede ser neutro en un tren en movimiento”. El país es como un tren conducido de una manera que a muchos preocupa. Es democráticamente respetable la posición de aquellos que prefieren que se continúe igual, como es respetable la de aquellos que promueven un cambio de rumbo. Lastimosamente, no son solo los unos o los otros quienes asumirán las consecuencias de una acertada o errónea decisión, lo seremos todos, en particular aquellos que no tienen opción de saltar del tren en caso de descarrilamiento. En un tren descarrilado es irresponsable no actuar, el costo es demasiado alto.

No serán los neutros los que cambiarán el destino de las cosas. Serán tristes observadores tratando luego de convencerse de que hicieron lo correcto. Grandes tragedias humanas se dieron por la conducta omisiva de muchos que prefirieron por comodidad, miedo o conveniencia acallar su voz.

Se requiere de ciudadanos que tomen decisiones y posiciones, bajo principios humanos y no ideológicos, asumiendo la responsabilidad de las consecuencias de esas decisiones. Vanagloriarse luego de no equivocarse al no haber optado por alguna de las alternativas no será muy honesto porque transferirá a otros la total responsabilidad.

Los más grandes y emocionantes capítulos de la historia de la humanidad han sido escritos por gente valiente, no por no tener miedo, valientes porque superaron sus miedos y desesperanzas decidiendo actuar. Se involucraron, dejaron el discurso y el confort para luchar por las libertades y la democracia. Si se hubieran dejado vencer por la fatalidad, probablemente nunca habríamos visto un presidente negro en los Estados Unidos, una mujer presidenta o incluso nunca nos hubiéramos convertido en una república independiente. No es perfecto aún, son procesos que requieren constantemente de valientes dispuestos a batallar por sus ideales.

Este país no será cambiado por los neutros, ni por los indiferentes o resignados fatalistas. Lo cambiarán los valientes que no se queden sentados a lamentar su destino. Mujeres y hombres que tomen en sus manos ese destino y luchen diariamente para modificar la realidad a pesar de que parezca imposible. Los grandes cambios son hechos por gente ordinaria haciendo cosas extraordinarias. Gente que no acepta la fatalidad y decide actuar.

No permanezcamos tibios, tomemos una opción y asumamos las consecuencias. El Ecuador nos exige ser ciudadanos valientes, íntegros y honestos, trascendiendo las ideologías para reconstruir un país sin divisiones, en libertad y armonía. En este momento histórico tenemos una cita con nuestra conciencia, sin testigos, sin máscaras. ¿Estamos listos?(O)