El Departamento de Justicia de Estados Unidos reveló, ya hace algún tiempo, que la compañía brasileña Odebrecht sobornó por 33 y medio millones de dólares a funcionarios del Gobierno del Ecuador entre los años 2007 y 2016. Con estos pagos irregulares la constructora se habría beneficiado en unos 116 millones de dólares. Hasta ahora, en gran parte debido a la impavidez de la Fiscalía ecuatoriana, acá desconocemos quiénes tramitaron y/o recibieron esa inmensa suma de dinero, aunque, por la información revelada internacionalmente, serían funcionarios del gobierno que preside Rafael Correa.

César Montúfar, excandidato a asambleísta y destacado político y profesor universitario, dio un paso frontal al presentar una denuncia en contra del actual vicepresidente Jorge Glas –y también actual candidato a vicepresidente– por presunto peculado en este caso. Montúfar es contundente: “Si hay un hombre, si hay una persona, si hay un personaje, un funcionario del Gobierno que estuvo a cargo casi de la mayoría de contratos que Odebrecht firmó con el Estado ecuatoriano, ese nombre, esa persona es el vicepresidente de la República en su calidad de ministro coordinador de los Sectores Estratégicos y en su calidad de vicepresidente encargado de los sectores estratégicos”.

Desconocemos por cuánto tiempo más seguiremos ignorando los nombres de esos corruptos. Pero sí podemos entender algo de la psicología con que ellos operan, pues Miguel de Cervantes escribió hacia 1604 la Novela de Rinconete y Cortadillo, que cuenta varias situaciones decisivas de dos jóvenes que se ganan la vida robando en las calles y que, en ese deambular, se topan con Monipodio, el mandamás de los maleantes: una especie de presidente de la República de los Ladrones. Justamente, uno de los deberes de este mandatario consiste en mantener a raya a los jueces, porque los tiene comprados (“untados”) para que se hagan de la vista gorda.

En la Sevilla del siglo XVII, según Cervantes, que conoció bien esos ambientes citadinos, el crimen estaba organizado: los avispones –que, por otra parte, iban a misa con devoción– recorrían la ciudad para ver en qué casa se podía robar. A estos avispones había que pagarles la quinta parte de lo robado, igual que al Rey, quien, mediante disposiciones legales, también se quedaba con un quinto de los tesoros obtenidos en los saqueos. Se nos revela así una verdadera academia del crimen. Mas al personaje Rinconete “no menos le sorprendía la obediencia y respeto que todos tenían a Monipodio, siendo un hombre bárbaro, rústico y desalmado”.

Los bandidos forman una cofradía basada en lealtades construidas alrededor del jefe delincuente. Y llevan un libro en el que se registran los contratos por cuchilladas, palizas, ofensas, pegada de carteles difamatorios, trifulcas nocturnas, amenazas, amagos de cuchilladas, publicación de libelos… La magistral narración cervantina revela que los motivos para delinquir no han variado sustancialmente desde hace siglos, pues la Novela de Rinconete y Cortadillo escenifica la corrupción y el soborno, la crueldad y el excesivo control del poder, el hurto legal que instaura el Estado y el ilegal que este secretamente promueve. Es como si Cervantes hubiera conocido la lista de Odebrecht. (O)