Aparentemente vivimos en democracia, una democracia anoréxica en la que cada día nos van apretando las tuercas a todos los ciudadanos, en lo político, en lo económico, en lo social. La primera demanda angustiante es la seguridad, nadie está a salvo –ni siquiera en su hogar– de la agresión de una delincuencia cada vez más agresiva y más avezada. La falta de empleo se evidencia en la presentación de once mil carpetas que hicieron jóvenes que tratan de conseguir un trabajo en la ATM de Guayaquil, que ofreció apenas 150 cupos; estas son solo un par de las tantas demandas dentro del drama que viven actualmente los ecuatorianos.

Pero hablar de democracia es hablar del respeto a las libertades individuales, a la opinión ajena, a la libertad de prensa, a los derechos humanos. En democracia se discute, se discrepa, se rectifica, se tolera; en democracia no se agrede, no se descalifica, no se lo degrada, no se lo deslegitima a quien piensa diferente.

Vale la pena recordar a ese gran escritor mexicano Octavio Paz (1914-1998), Premio Nobel de Literatura 1990, con toda su sabiduría señalaba: “Me atrevo a decir que en nuestra región la democracia no necesita echar alas, lo que necesita es echar raíces. Antes de vender tiquetes al paraíso, preocupémonos primero por consolidar nuestras endebles instituciones, por resguardar las garantías fundamentales, por asegurar la igualdad de oportunidades para nuestros ciudadanos, por aumentar la transparencia de nuestros gobiernos...”.

Además, es oportuno transcribir un fragmento de uno de los últimos discursos que pronunció como presidente de Costa Rica Óscar Arias, Premio Nobel de la Paz 1987: “Hay en nuestra región gobiernos que se valen de los resultados electorales para justificar su deseo de restringir libertades individuales y perseguir a sus adversarios. Se valen de un mecanismo democrático para subvertir las bases de la democracia. Un verdadero demócrata si no tiene oposición, debe crearla. Demuestra su éxito en los frutos de su trabajo y no en el producto de sus represalias. Demuestra su poder abriendo hospitales, caminos y universidades, y no coartando la libertad de opinión y expresión. Un verdadero demócrata demuestra su energía combatiendo la pobreza, la ignorancia y la inseguridad ciudadana, y no imperios extranjeros y conspiraciones imaginarias. Esta región, cansada de promesas huecas y palabras vacías, necesita una legión de estadistas cada vez más tolerantes, y no una legión de gobernantes cada vez más autoritarios. Es muy fácil defender los derechos de quienes piensan igual que nosotros. Defender los derechos de quienes piensan distinto, ese es el reto del verdadero demócrata. Ojalá nuestros pueblos tengan la sabiduría para elegir gobernantes a quienes no les quede grande la camisa democrática”.

Otro Ecuador es posible si se elige como presidente a un estadista firme, con liderazgo, participativo, tolerante, respetuoso de la Constitución y las leyes y sobre todo democrático.(O)