Una amiga pone en mis manos un libro bajo tal título. Ella venía de leerlo con fruición y me despierta la curiosidad. Lo consumo de un tirón y encuentro un testimonio verbal que bien merece mi comentario. Soy desconfiada por hábito, de los relatos en primera persona que desde la ficción nos previenen de la mirada única, de la visión unilateral de las multiplicidades de la vida. Al mismo tiempo, comprendo que narrar desde el Yo es un derecho de los hablantes y que al receptor le toca equilibrar el derroche de subjetividad que brota de manera natural en tal uso.

Doña Lourdes Tibán es un personaje ecuatoriano y su historia de superación personal tiene legítima cabida en los medios que puedan y quieran dedicarle su atención. El libro parece un testimonio oral antes que escrito, por eso goza de la frescura de una sintaxis espontánea, sin convenciones gramaticales. Lo que importa es hacerse entender y lo logra, salvando los rasgos de la acusada personalidad de la emisora que jamás se desvirtúa hacia cotas de cultismos o selectividad expresiva.

Como pasa con las biografías, el relato se ordena cronológicamente: empieza con la dura infancia de una niña indígena que crece entre las estrecheces de una casita campesina, en medio de numerosa familia pero no exenta de exigencias hacia el trabajo, la obediencia y la colaboración. En el hogar imperan las costumbres, el respeto a los mayores, creencias religiosas ancestrales, por ejemplo, los problemas de la vida son “pruebas” que vienen de lo alto. Su escolaridad empieza a los 7 años y siguiendo a sus hermanos mayores ingresa a una escuela donde impondrá su carácter inquieto y travieso, pese a haber sido educada bajo los cánones de “la letra con sangre entra”.

Muchas veces la psicología ha reflexionado sobre las personalidades líderes desde siempre. Haciéndole caso, había que aceptar que Lourdes Tibán es una lideresa nata. Sobre su experiencia directa del estudio y del trabajo (abanderada de escuela, presidenta de gremios en la adolescencia) se yergue toda una vida en la representación grupal donde la condición indígena tenía que dejarse ver y donde se sentía útil. Este rosario de experiencias viene ajustado a otro, laboral, que integra desde peona de albañilería hasta servicio doméstico y costura. Porque si el trabajo esforzado y honrado ennoblece, Lourdes tiene la alcurnia del más noble esfuerzo humano.

Los hechos hablan por sí mismos: iniciar el bachillerato a los 19 años, estudiar Derecho y convertirse en doctora en Jurisprudencia, hacer una maestría en la Flacso, es decir, los pasos indispensables de la formación académica aunados con los del liderazgo llenan una vida de méritos. Como confiesa, sus vínculos con el sector público empezaron en el gobierno de Rodrigo Borja ejerciendo como promotora zonal de guarderías en su provincia, jamás se apartó de las comunas ni de las organizaciones y tanto la Conaie como el MICC gozaron de su diligente accionar. Respondió a favor del inicio del actual gobierno, pero es notable su ruptura y su posición contestataria que la llevó a la oposición y que explicaría agravios y amenazas.

El libro recoge bien el estilo de Tibán, su sentido del humor, su chispa anecdótica, su abordaje desembozado que no parece dejarse afectar por la autocensura. Vale la pena leerlo. (O)