El video recién viralizado en nuestras redes sociales, en el que un marido traicionado exhibe a la esposa adúltera con su amante a la salida del motel quiteño, sugiere que hemos “avanzado” en la dirección de “Black Mirror”. Durante tres temporadas, la magnífica teleserie inglesa de Netflix presentó en historias de ficción los excesos de la actual sociedad gazmoña, morbosa y pervertida a la vez, adicta a la imagen y ajena a la palabra, dependiente de la aceptación en las redes sociales, ávida de información instantánea para construir una “opinión” fugaz, que vive del escándalo diario y de la humillación pública del prójimo, dispuesta a ser manipulada por los amos de la política y los de la comunicación, que son más o menos los mismos. Bienvenidos al futuro criollo, al “Black Mirror” a la ecuatoriana.

Probablemente en una semana olvidaremos el “debate” acerca de la casada infiel, como ya olvidamos a la exjueza, al “Principito” y al Orlando furioso. Lo que es un drama para los protagonistas, es diversión ilimitada para el gran público del internet y de las redes sociales, dedicado al comadreo en este gigantesco vecindario globalizado e interconectado al instante. Porque en realidad, no nos interesa la verdad acerca de nada, sino el escándalo sabroso y picante, que nos sirva para chismorrear durante unos días a falta de una reflexión más profunda y trascendente sobre nuestros verdaderos problemas sociales y políticos. Es la gran banalización de la existencia humana, sobre todo de la de nuestros semejantes. Es el circo de la “información” y de la “comunicación” que nos sirve para canalizar nuestros goces perversos, particularmente el voyerista y el exhibicionista.

Es la supuesta revolución de la comunicación actual, donde lo privado es público y lo público se convierte en “reservado” escapando impunemente a la investigación y al juicio penal y político. La revolución donde los fiscales y contralores mejor puntuados son aquellos que miran hacia otro lado, porque la corrupción oficial también se ha convertido en divertimento: ahora se exhibe obscenamente en las redes sociales, junto con los pecadillos de quienes son agarrados en falta. La revolución de las redes sociales, donde el sexo, el dinero y el poder son intercambiables; donde el tránsito desde la cama a la política es reversible todo el tiempo, y donde los chismes venden mejor que las noticias, tanto que estas últimas deben parecerse cada vez más a los primeros para poder venderse.

Hemos convertido a las redes sociales en el gran “espejo negro” que refleja lo más oscuro de nuestra estructura subjetiva y de nuestra organización colectiva ecuatoriana. Una sociedad que vive para cotorrear acerca de la sexualidad ajena es incapaz de interrogarse sobre su propia vida amorosa. Una sociedad que trata la corrupción oficial como noticia de farándula es culpable de la degradación regresiva de su vida política. Una sociedad bovina que goza del escándalo merece el mismo amo por tiempo indefinido. Una sociedad gaznápira, que retransmite sin cuestionar todo lo que le llega por WhatsApp, está perfectamente representada por cualquier sujeto con suficiente odio y mezquindad como para exponer a la vergüenza nacional a la mujer que alguna vez amó y que le dio un hijo. (O)