Algunos ciudadanos disfrutan de momentos políticos como los actuales del Ecuador. Otros se sienten agobiados por las demostraciones culturales que los definen y reniegan de las actitudes y los decires de quienes intervienen ya sea como políticos partidistas activos o ciudadanos críticos. El escenario social está marcado por una virulenta vehemencia desafiante que se entroniza en las relaciones ciudadanas y se convierte a menudo en verdaderas batallas campales.

El expresidente uruguayo José Mujica, cuyo discurso humanista ha sido asumido por muchos y cuyas acciones políticas han sido criticadas también por muchos, en una de sus más comentadas conferencias, al referirse a los procesos de elección popular, los califica como “malditos y benditos tiempos electorales”, porque considera que se vive una época en la cual los actores políticos y los ciudadanos se permiten una serie de licencias en sus criterios y opiniones, llegando muchas veces a la ofensa y a la diatriba lacerante y destructiva; y, también porque es la ocasión, casi festiva si se quiere, de votar por un ideal de sociedad y por el candidato escogido, fortaleciendo así el sistema democrático.

La frase ‘la educación es el camino’ es un lugar común. Sin embargo, podemos apostar a ella como el mecanismo de cambio positivo más potente. La lucha encarnizada que en estos tiempos electorales se presenta a cada paso es inevitable y la confrontación de posiciones políticas dibuja el paisaje del país en vísperas de la segunda vuelta electoral que definirá quién será el próximo presidente de los ecuatorianos. Se plantean ideas, planes y se ofrecen obras y beneficios; se atacan las opiniones de los otros y se defienden las posiciones propias. Si estos momentos políticos y electorales están delineados por ciudadanos sin educación sólida en cuanto a conocimientos y experiencias y sin principios morales consistentes, el resultado es la demagogia que se impone, el populismo que triunfa y la pobreza conceptual y moral que se enseñorea y nos define como sociedad más allá de las enardecidas autocalificaciones de pertinencia, pulcritud y brillantez, que en estos casos no son sino opacas versiones utilizadas para engañar y manipular.

La lucha es consustancial a la política, pero siendo importante es insuficiente para el mejoramiento colectivo que tiene en los procesos educativos el camino más potente de superación de la precariedad… electoral en este caso. Hoy, la educación debería ser una que permita una visión global y crítica que involucre no solo el análisis de la cultura propia, sino también de las otras, sus marcos institucionales y las habilidades para gestionarlas. También es necesaria una educación que posibilite apreciar las fuerzas que influyen en el mundo. Se deben estudiar los patrones migratorios, la diseminación cultural, el papel de las instancias transnacionales, es decir, analizar lo local y lo global. Son imperiosos la preparación y el dominio de lenguas extranjeras, así como el aprendizaje cabal de geografía e historia con el fin de que todos estos saberes y destrezas incidan en la conciencia de las personas impulsándolas hacia el fortalecimiento del compromiso moral con la vida, con los otros y con el sostenido afianzamiento de la democracia. (O)