El desgaste de un gobierno es posible medirlo en la concentración y el esfuerzo que realiza para resolver un problema. Cuando mayor es el compromiso, la sensibilidad aflora no solo en asumir lo que está mal solamente, sino en la capacidad que muestra en buscar opciones y alternativas válidas. Se ha estudiado que eso se corresponde al primer quinquenio y que en el segundo la estructura se agrieta y el conflicto de mantenerse en el poder o trabajar para la gente se decanta por la primera de las opciones. De esto surge la idea de reducir el tiempo de mandato a unos cuatro años y optar por una reelección alternada, como el caso de Chile y Uruguay que se corresponden a dos modelos de gestión menos cuestionados desde el punto de vista administrativo de los mandatos. Tanto Bachelet como Tabaré Vázquez han vuelto al poder luego de un receso de funciones, pero con el recuerdo aún fresco de haber hecho algo que merecía que el electorado los premiara con una nueva oportunidad.

En el caso chileno, la presidenta Bachelet ha tenido que enfrentar problemas de corrupción que en otros países latinoamericanos hubieran sido considerados de importancia menor, como que parte de su familia accediera a información oficial que le permitió hacer inversiones inmobiliarias favorables para ella. Los mexicanos fueron todavía mas drásticos y luego de una dura confrontación establecieron que no habría reelección en ningún caso pero que el gobernante duraría un sexenio. Hoy se discute si es una cantidad acorde a la dinámica que tiene que enfrentar un gobernante para resolver los problemas ciudadanos. Los franceses tuvieron que reducir el largo mandato de 7 años, que tuvo Mitterrand, por ejemplo.

La duración de los mandatos no es solo el simple temor a que el gobernante se mantenga mucho tiempo y que eso conlleve a un modelo autoritario que se sostenga sobre la base del miedo o la persecución, sino es asumir la naturaleza misma del poder en un tiempo de cambios y de velocidades absolutamente diferentes a los conocidos. Se han buscado modelos de gestión que permitieran estar a la altura de las realidades y en todos los casos se comprobó que la velocidad de las demandas ciudadanas choca frontalmente con la lentitud exasperante de una burocracia diseñada para un tiempo absolutamente distinto. Ante la comprobación de esta realidad solo queda asumir ajustes estructurales que puedan hacer coincidir oferta de administración con demandas populares. Deberíamos pensar en modelos mixtos de gestión, en desconcentración y descentralización del poder e incluso formas que se correspondan más a modelos de gestión corporativa que a las clásicas maneras de entender la administración en democracia.

Deberíamos pensar en modelos mixtos de gestión, en desconcentración y descentralización del poder e incluso formas que se correspondan más a modelos de gestión corporativa que a las clásicas maneras de entender la administración en democracia.

Son necesarias una mayor creatividad y audacia para los tiempos que corren. Vertiginosos y cambiantes que prueban a fondo modelos sostenidos sobre bases hoy claramente obsoletas que no resisten la dinámica de los cambios. Estamos frente al colapso de un modelo que para algunos se corresponde a la lógica mecanicista que guio la revolución industrial y que hoy confronta contra un modelo cuántico donde cada persona concentra más información y mayor impacto de su poder frente al modelo antiguo conocido.

La gran pregunta es cuánto tiempo puede llevarle a un gobierno reconocer el cambio de funcionalidad del sistema y qué daño podría hacer en su camino en términos de libertad, oportunidad y bienestar, que son de los que finalmente se trata vivir en democracia. El malestar contra el sistema democrático actual se explica en el colapso de un modelo que se resiste a morir y a dar paso al nuevo que no termina de emerger. (O)