Conozco a varios. Son funcionarios públicos contratados, muchos han entrado por capacidad y experiencia, no por amarres. No tienen otra posibilidad de trabajo en la actualidad y se esfuerzan por hacer buena letra y conservar sus puestos. Saben que un pequeño desliz político los pondría en la calle. Así que agachan la cabeza y a todo dicen que sí. Las paredes, los pasillos tienen oídos y de política mejor no hablar.

Les han solicitado pedir sus vacaciones, pero en vez de descansar salen en brigadas a registrar gente en los barrios populares, llenan formularios, piden datos que los identifiquen y prometen casas, bonos, lo que sea, a cambio de votar por el partido que gobierna. Llueva truene o relampaguee, tienen que ir a donde los manden. Y llegar como puedan y comer donde puedan. ¿Qué haría usted en su lugar? Están estresados por la cantidad de cupos que tienen que llenar cada día, y como ya hicieron el mismo trabajo en la primera vuelta ahora es más complicado. Algunos optan por llamar por teléfono. Recibí una de esas llamadas. “Por favor, deme sus datos, la verdad no se compromete a nada, pero me faltan todavía diez personas hoy día y no sé qué hacer”.

¿Es justicia social obligar a los empleados a recorrer barrios, llenar formularios para prometer a los ciudadanos tener lo que en diez años no les han dado, dejarlos a ellos sin vacaciones y obligarlos al silencio a cambio de mantenerse en sus puestos de trabajo? ¿Es eso militancia? ¿Hay alguna diferencia con una moderna forma de esclavitud? Es una manera de prostituir a la gente, les piden vender su libertad, la expresión de sus pensamientos, su dignidad y su orgullo a cambio de un salario. Y tratan como mendigos a aquellos a quienes les prometen beneficios.

Volvemos a la etapa en que los españoles ponían a los indígenas a trabajar en sus tierras a cambio de comida y protección.

Comienzo a respetar a “los borregos”. No van porque quieren, van porque los obligan. Es el precio que pagan por llevar pan a su casa y tener algo de seguridad laboral.

En el ambiente enrarecido de la campaña electoral, con el olor nauseabundo de tanta decadencia moral, robo descarado, beneficios y peleas entre compadres, autoridades que son jueces y parte de todo el nefasto entramado de corrupción, las próximas elecciones no son un cheque en blanco.

Son sí una elección, la hora de actuar escribiendo una línea en un casillero donde elegiremos el futuro inmediato del país. Saber decir no, pero también saber decir Sí, queremos un cambio. Y ese cambio lo queremos juntos. Lo haremos juntos. No cederemos más las propuestas y las palabras a quienes las convierten en palabrería y en ruido que tapa delitos vergonzosos y prebendas incalificables. No les dejaremos ser los dueños con derecho de propiedad privada de la justicia, la equidad y el trabajo tenaz por la equidad en todos los ámbitos.

Todos y cada uno deberemos parir un Ecuador mejor, un Ecuador viable, un país donde la ética sea parte del quehacer ciudadano, donde opinar no sea un acto prohibido, los funcionarios elegidos sepan que gobiernan para todos, no para una camarilla y que su tarea es integrar todas las voces en un país roto por el miedo, la insolencia y el insulto como práctica cotidiana.

Habrá renuncias que realizar, sacrificios que aceptar en un país económicamente quebrado, pero otras sociedades lo han logrado, se han puesto de pie y no son ni mejores ni peores que nosotros. Es nuestra hora. (O)