En las últimas semanas anteriores a la primera vuelta electoral se desgranaron en abundancia por las redes sociales diversas plegarias y súplicas por el bienestar de nuestro país.

Para quienes viven la fe es normal elevar sus oraciones preocupados por los destinos de la patria; pero la sensación de ser una comunidad solidaria y orante por el mismo objetivo constituyó una experiencia nueva para mí en estas circunstancias.

La oración puede poner equilibrio en las emociones fuertes que desata una campaña electoral que a veces, incluso, enfrenta a miembros de una misma familia. Bien realizada debe producir paz interior y dar claridad a nuestro entendimiento para tomar mejores decisiones. Los que somos creyentes tenemos el convencimiento de que al rezar somos escuchados por nuestro Padre Dios y que su divina gracia se derrama sobre los corazones sinceros que actúan con recta intención.

Nos abocamos a la segunda vuelta electoral y la actitud orante no ha pasado del todo, es más, seguramente se intensificará en las últimas semanas.

Esta decisión de orar en los momentos cruciales del país, aunque sea llevados por el temor, es muy buena, pero debería ser una actitud permanente de los buenos cristianos que amamos a Dios y también a nuestra patria.

Pedir siempre, por todos y cada uno de los que hacemos el Ecuador, por los que sufren, por los desempleados, por los emigrantes, por los niños y jóvenes que enfrentan el atropello o amenaza de las drogas, por los afectados a causa de los desastres naturales que nunca faltan, por todas las necesidades de las familias y, nunca debemos dejar de pedir, por nuestros gobernantes de todos los niveles.

Nuestro país fue el primero en consagrarse al Corazón de Jesús y cuenta con esa protección que debemos activar con nuestras plegarias diarias.

Definitivamente no basta rezar para construir un país fuerte, así como no basta actuar y trabajar por él, oración y acción se complementan maravillosamente. La oración bien realizada nos puede dar un equilibrio y madurez para pensar y actuar con rectitud, para alejar sentimientos negativos que pueden impulsarnos a conductas no acertadas.

Felicito de corazón, desde esta columna, a quienes tuvieron la perfecta idea de iniciar las cadenas de oración por nuestra patria. Muchas personas de la tercera y cuarta edad que ya no son activas políticamente sentirán que con sus plegarias sí colaboran para el bienestar social de todos.

Es más que un deber, es una verdadera misión y un compromiso que deberíamos asumir a diario los ciudadanos que tenemos una fe que mueve nuestras vidas, cualquiera que esta sea. No esperar los momentos trágicos o difíciles. Que constituya un buen hábito realizado con verdadero amor, preocupación y sinceridad.

La oración es una fuerza que no podemos desperdiciar. Nos mantendrá unidos con un mismo fin: el bienestar integral de todos los ecuatorianos que tenemos que luchar por construir un Ecuador mejor cada día. No desperdiciemos este potencial. Tomará pocos minutos al día: elevar mente y corazón orando por la patria. (O)