Ante la prensa internacional, el presidente Rafael Correa afirmó el 22 de febrero que podría sentarse nuevamente en el sillón de Carondelet en el año 2018. Al reconocer la posibilidad de que el 2 de abril Alianza PAIS no gane la Presidencia de la República –y debido a sus planes de retirarse a descansar en Bélgica–, dijo: “En un año podríamos vernos de nuevo aquí, así que la mejor manera de tenerme lejos es que se porten bien. Si se portan mal, me les presento y los vuelvo a derrotar”. Esta predicción se sustenta en el mecanismo constitucional de la muerte cruzada, que permite la destitución del presidente y la disolución de la Asamblea.

Han sido incontables las ocasiones en las que Correa ha insinuado que únicamente él, y solo él, es capaz de ejercer el cargo de presidente de manera apropiada. Esta creencia –que en una novela guardaría conexión con un grave trastorno de la personalidad y exigiría atención psiquiátrica, académicamente hablando–, en política, parece no alarmar a las mayorías votantes. Pero lo preocupante es que esas expresiones revelan las intenciones de seguir manejando el país desde Bélgica. Hasta el gobiernista Lenín Moreno, si ganara él la Presidencia, sería el primer perjudicado por esta manía de Correa.

Estas declaraciones en las que Correa se autoerige como el único capacitado para sacar adelante al Ecuador revelan que él es ya un político agotado, sin discurso novedoso y sin capacidad creativa, pues apenas consigue repetir la atolondrada idea de que él, como un mesías del siglo XXI, podrá salvarnos de todos los males y las crisis. Así, Correa muestra que no le interesa el Ecuador, sino ser presidente del Ecuador.

Con este tipo de expresiones, Correa mismo se caracteriza como un nuevo dueño del país. Esta frase, que fue dicha para descalificar a los representantes de los viejos grupos oligárquicos que hacían y deshacían el país privilegiando sus intereses grupales y de clase, y no los del país, le calza cabalmente ahora a Correa, quien se ha especializado en hacerle saber al pueblo ecuatoriano que él es el patrón del destino nacional. ¿Cómo reaccionará ante esto Lenín Moreno? Si él gana, ¿será necesario un escenario del tipo Uribe-Santos en el que Moreno tenga que romper violentamente con Correa?

El lenguaje de Correa destapa sus grandes limitaciones. Como en un relato de terror, de pronto, él se nos presenta y, ¡zas!, gana. Es fácil tener la lengua larga: ¿por qué Correa desistió de su reelección inmediata e indefinida? Una cosa es el aprecio que le guarda parte de la población ecuatoriana y otra cosa era votar nuevamente por él. Maestro desactualizado, además, cree que en la vida es cuestión de portarse bien o portarse mal. Diez años de correísmo no han servido para modificar la cultura política y la concepción del uso del poder. Necesitamos ahora políticos que defiendan intereses colectivos, y no los personales o los de un partido. (O)