El albañal digital existe. Definido como “conducto por el que salen las aguas sucias o residuales”, o “sitio lleno de inmundicias”, nada más acertado que el término albañal para identificar a uno de los canales mediante el cual se ha desarrollado la más baja, ruin y calumniadora de las campañas electorales.

Mi padre solía decir que nada más preciado en el legado de las personas que su honra. Que la honra no era un tema de alcurnia, estirpe, agremiación o simple herencia. Se la gana no solo construyéndola con actos probos, sino con respeto hacia la honra ajena.

Así, las redes sociales, espectro que poco a poco se va constituyendo en el nuevo espacio físico de debate del interés público, se convirtieron en la campaña de la primera vuelta en el albañal donde a diario se pulverizaron honras ajenas, se desinformó olímpicamente, se manipuló con cinismo, se desataron pasiones bajas como el odio, calumnia, ira. Donde el mejor escudo del insultador fue el anonimato. Y la carta de presentación del cobarde, la identidad suplantada.

Así, admitámoslo, lo peor está por venir: esta herramienta revestida de mentiras, calumnias, manipulaciones está a punto de obtener su validación social. Es una consecuencia inminente ante la ingenuidad con la que los consumidores de redes sociales enfrentan el día a día: no dudan, no cuestionan, confrontan, confirman o someten al tamiz del sentido común lo que les llega como “información”.

Validación social, digo, porque entonces por las calles y plazas se escucha como si de conocimiento propio de tratase esas calumnias, esas acusaciones, esas sentencias, provocando una especie de bola de nieve –¿de mierda?– que va adhiriendo a todos los que caen en manos de la imprecisión irresponsable.

Y el tuitero se convierte en el juez que dicta sentencia, pero el consumidor de redes se reviste de verdugo que ejecuta implacable su propia sentencia: si tuiter lo dice, así será; si feisbuc lo publica, que nadie lo dude. Y la víctima, el desgraciado, solo atinará a esconderse del miedo que provoca el anónimo escarnio público.

Pero la bola en mención ¿salpica solo al calumniado?

No. Nos salpica como sociedad, una sociedad que no cuestiona y se complace en la suciedad que cree es solo del otro. Y así, como sociedad vamos por las calles salpicaditos de suciedad, con los ojos puestos en una pantalla que es la puerta al escándalo telenovelesco que está a punto de iniciar en la tan olímpica segunda vuelta.

En estos días de poscampaña nada más necesario que un baño de purificación que aleje los malos olores del albañal digital. Un borrón y cuenta nueva no será posible. Solo un comenzar de nuevo, pero ojalá con la sensatez de darles guerra a los canales gratuitos de deshonra pública que crecen alimentados por el morbo.

Que la segunda vuelta que está a las puertas nos redima siendo más exigentes, menos cómplices, más transparentes. Sin olvidar el pasado, preparándonos para el futuro. De verdad, no es mucho pedir.

Será un ejercicio necesario de renacimiento, para poder seguir mirándonos al espejo, cada mañana, sin avergonzarnos de nuestro rol en el espacio anónimo y la opinión pública. (O)