Acerqué mi pluma a la papeleta. En el extremo derecho vi la imagen de la continuidad del abuso, de la prepotencia, del estatismo agobiante, de la restricción de nuestras libertades. Miré al espacio próximo en la izquierda. Ahí estaba. La cara del cambio. De una nueva oportunidad. Marqué con fuerza la línea vertical.

Me acompañaba mi hija. Pronto cumplirá diez años. Ella, que solo ha vivido bajo el correísmo, metió en el ánfora la papeleta. Me emocionó el significado de ese momento: un voto más por un país libre, con líderes decentes, que protejan su libertad, que no la avergüencen.

En ese momento no conocíamos las sorpresas que esa tarde y días siguientes traerían. El sospechoso retraso de un CNE, tan acostumbrado a atender de inmediato los antojos de Alianza PAIS y sus Pames y a ignorar los legítimos pedidos de la oposición, unió al país bajo el grito de democracia y libertad. Al final, la demora del CNE en anunciar una evidente segunda vuelta logró lo contrario a lo que esperaban en Carondelet: nos recordó que bajo el correísmo no existe institución en cuya independencia podamos confiar. Nos recordó que en esta elección está en juego nuestra libertad. Y unió a los más diversos sectores de la oposición bajo la bandera del cambio.

La reacción del oficialismo ha sido vergonzosa. Marcela Aguiñaga, exministra del error de buena fe; exportada de la revista Caras en su edición “Ministras de lujo: Las divas del gabinete” y asambleísta reelecta, mira a la cámara y dice con esos gestos tan Alianza PAIS: “Si ustedes vieran los delegados que tienen adentro, son los delegados de Chanel, de lentes de Cartier…”. Y uno no puede evitar sentir lástima y vergüenza por tan triste nivel de asambleístas que nos representan.

Pero ese odio y complejos no son aislados. Vienen desde arriba. Durante diez años los viene predicando a sus aduladores el jefe máximo. Unos días después, Rafael Correa escupe sus resentimientos en su micrófono sabatino. ¿Su gran argumento para descalificar a la oposición? Una foto en la que varias personas afuera del CNE miran a sus celulares. Para Correa esa es la “burguesía, peluconería, riqueza excesiva” que se debe derrotar. Correa no ataca la corrupción, ni la pobreza. Ataca a su propia gente. Descarga sus inseguridades contra esa foto, contra esas personas que ni conoce, contra todos aquellos cuyo respeto él quisiera tener.

Hoy somos testigos de un Correa desesperado al ver que su poder termina. De un Correa enfurecido al saber que el mundo critica su gestión. De un Correa que sabe que ni toda la publicidad del mundo, ni los noticieros mentirosos de esos canales que juró vender y mantuvo hasta el final, ni las sabatinas que le quedan, cambiarán su legado de despilfarro, abuso de poder y pésimo manejo de la economía.

Afortunadamente hemos despertado. El deseo de cambio ha sido más fuerte que las diferencias o antipatías que podían existir entre los distintos grupos de oposición. Sabemos que lo que está en juego es demasiado grande, demasiado importante, como para no estar unidos. Que ya hemos aguantado demasiada incompetencia, abuso y corrupción. Y suficiente vergüenza ajena. (O)