En una reciente entrevista en el diario El País de Madrid, al evaluar el contexto mexicano de la era Trump, el escritor Yuri Herrera afirma que “el país es mucho más que las élites autoritarias”. Según Herrera, los dirigentes políticos mexicanos son ciegos ante sus errores y siguen aferrándose a sus dogmas neoliberales. En Ecuador pasa algo similar, aunque con signos trastocados: aquí las élites autoritarias responden a una dizque revolución (por cierto, ya nadie mienta al socialismo del siglo XXI) y también esconden el fracaso de sus doctrinas: el Gobierno que termina deja un gigantesco déficit de democracia.

Llama la atención que Herrera sea tan claro al caracterizar el autoritarismo de las élites, porque, en su primera novela, Trabajos del reino, publicada en 2004, describió un tipo particular de autoritarismo: el que se da en el ambiente palaciego de un cartel del narcotráfico, en el que el jefe narcotraficante es tratado prácticamente como un rey. Y ya sabemos que, en la ficción o en la política real, quien se cree y actúa como si fuera rey ha logrado la sumisión de cuantos lo rodean: el capo exige el apoyo incondicional de una corte que, a pesar del papel deshonroso que esta desempeña, sigue endiosando al jefe.

En el reino de la novela –en el que cada detalle está destinado a satisfacer la voluntad del elegido–, hay quienes se sienten herederos de la causa, hay periodistas que maquillan la imagen del rey, hay los que entretienen al capo. La novela de Herrera se teje alrededor de un artista que canta los corridos que él mismo compone; su misión es poner su arte al servicio del dinero para que las ‘hazañas’ del jefe sean conocidas más allá del palacio. Quienes rodean al capo no tienen ningún escrúpulo para practicar acciones atroces. El mundo de las élites autoritarias políticas es muy parecido al mundo del cartel.

El capo de Trabajos del reino programa audiencias mensuales en las que supuestamente oye las necesidades de su pueblo: uno pide remedios, otro solicita que el jefe sea padrino de un recién nacido, alguien reclama ayuda para la fiesta de una quinceañera… Al cantante le encomiendan la misión de espiar al grupo mafioso rival y, en esa tarea, comprueba que todas las élites autoritarias son igual de perversas. La lección es que, cuando al capo se lo despoja del halo de perfección en que él se construye, se revela un pobre tipo que vive la equivocada ilusión de ser todopoderoso.

El capo del cartel actúa del mismo modo que el capo de la política: son mellizos. Pero las formas de ejercer el poder se van gastando. El tiempo eterno en que las élites autoritarias se ven a sí mismas en el reinado no es tan eterno. La historia, la literatura y la vida dan cuenta de cómo imperios en que los reyes dominaban todo hoy son muchas veces malos recuerdos e hitos que deben ser dolorosamente superados. Como Yuri Herrera, podemos concluir que el Ecuador es bastante más que sus élites autoritarias, incluso si una parte de estas –en un congreso, en una asamblea nacional– ha vuelto a ser mayoría. (O)