Narramos la vida. La nuestra, la de los otros, la de las sociedades. Escribimos la historia contando siempre, en parte, con la subjetividad de quienes lo hacen, porque lo que decimos o se dice lleva la impronta de los conocimientos que se tienen, así como la huella de la cultura a la que se pertenece y la marca de las formas de ver al mundo producto de la experiencia y de la idiosincrasia personal. La subjetividad es intrínseca a toda comprensión y a toda narrativa, a todo relato. De ahí que existen narraciones de los mismos hechos que tienen variaciones válidas, producto de las subjetividades propias de quienes las elaboran, esto si partimos del supuesto de que todos buscan la verdad y sus versiones sobre ella son honestas. La situación del relato es diferente, si a través de él se pretende presentar una versión deliberadamente alterada con el fin de imponerla a los otros, definiendo así la vida y los hechos desde la manipulación y el engaño. En este caso, la subjetividad deja de ser un elemento puro que interviene en la construcción legítima del relato vital, porque ha sido contaminada por la presencia consciente de intereses diferentes a la transparente búsqueda de la verdad, que es el objetivo de quienes pretenden vivir de acuerdo con principios y valores que la posicionan como algo trascendente.

La verdad, antes que certeza y respuestas definitivas, es pretensión, anhelo, búsqueda permanente de llegar a aproximaciones cada vez más claras y cercanas, no para elaborar un relato que autojustifique una posición dogmática o emocional y sirva para defender sentimientos, agrados o desagrados personales, sino para acercarnos a ella sin ataduras que ocupen el lugar de la intención de encontrarla, como pueden ser circunstancias derivadas de situaciones como la adhesión política, la dependencia clientelar o familiar, el pago de favores o simplemente la necesidad de producir un relato propio que se imponga a los otros sin que la verdad en juego sea un elemento definidor y central.

Estos tiempos, o quizá todos los tiempos de la historia, están o han estado marcados por forjadas construcciones narrativas de los hechos, que de manera desembozada y sin remilgos utilizan todos los recursos a su alcance para posicionar verdades manipuladas y elaboradas ex profeso, para que sirvan como sustento de discursos y posiciones conceptuales que por principio en esa lógica falaz están diseñados para validarse a sí mismos y rechazar los otros relatos. La verdad no importa y lo que realmente se busca es definir narrativamente la realidad respondiendo a los intereses que mueven a las personas y a los grupos en todos los escenarios sociales, que de una forma u otra están definidos por pretensiones de control y poder. Así, la estrategia comunicacional es más importante que la realidad y por eso es imprescindible controlar los medios y los modos de producción del relato social. Quienes denuncian esta faceta de la realidad en muchos casos actúan de la misma forma, alimentando y fortaleciendo ese escenario, sin percatarse de que en ese combate utilizan las mismas armas y la misma lógica que tanto critican. (O)