Las pasadas elecciones fueron un tiempo demasiado prolongado de ansiedad e incertidumbre para los ecuatorianos. Que la sexta parte de los votos escrutados se haya contabilizado de manera oficial en un tiempo seis veces mayor al requerido para el escrutinio del 80% fue algo que generó dudas y tensión entre ambos bandos. Afortunadamente, el conteo de votos ha finalizado y sabemos ahora quiénes son los candidatos que pasan a la segunda vuelta. No hubo mayores sorpresas en dichos resultados. Sin embargo, hubo bastantes sorpresas que vale la pena mencionar; todas ellas en el fondo positivas, porque sirvieron para revelar la verdad de la política ecuatoriana, o al menos de sus facciones.

La primera gran sorpresa que debemos celebrar es el fin de la farándula como semillero político del país. Por primera vez en mucho tiempo, el que un candidato provenga del mundo del espectáculo, o de los ámbitos deportivos, ha dejado de ser una certeza de triunfo en las urnas. Evidencia de ello es la gran cantidad de candidatos que –cumpliendo con tales características– se quedaron sin curul parlamentaria. Así queda demostrado que los electores ecuatorianos hemos madurado algo en el momento de escoger a nuestros representantes legislativos.

Otro gran manifiesto que dimos en las urnas ha sido el rechazo tajante a aquellos candidatos que escogieron el primitivismo y la brutalidad salvaje como estandarte de campaña. Los ecuatorianos fuimos muy claros al decir que no nos interesa escoger mandatarios que nos inciten a matar o a mutilar. Como pueblo, ganamos muchos puntos en esa gesta, al no dejarnos hundir aún más en la barbarie de los tiempos presentes.

Quizás lo más importante de los eventos recientes sea que comenzamos a entender que no se logran grandes cambios si trabajamos por separado; que en ocasiones críticas se deben dejar egos, ideologías, e intereses a un lado, y arrimar el hombro.

Que queden atrás los tiempos en que las facciones políticas reaccionaban dirigidas por sus caprichos. Hacer alianzas, con la predeterminada intención de luego romperlas; proponer candidatos para luego dejar que se quemen solo en el ring; convocar a marchas anacrónicas, luego de haber saboteado centros de cómputo… todas esas actitudes deben ser vetadas por los electores.

De igual manera, debe despreciarse la manipulación calculadora, que quiere convertir la solidaridad de nuestra gente en un acto aborrecible y despreciable, mediante actos aún más bochornosos. Puede que lanzar comida contra una sede política sea para algunos un “acto de libertad de expresión”. Ante tan torcida interpretación, no olvidemos que el voto en las urnas es la más contundente de las expresiones; y que con ella podemos rechazar cualquier tipo de extremismo y a sus derivadas distorsiones.

Propongo que nos deshagamos de los mesianismos. Ningún candidato va a salvarnos. Eso depende de nosotros como individuos y como país. El candidato que escojamos en esta segunda vuelta no debe entenderse como un fin, sino un agrupador de esfuerzos; alguien que no nos ofrezca hacer un país, sino que nos permita mejorarlo con nuestras propias manos. (O)