Al igual que el coronel Aureliano Buendía, frente al pelotón de fusilamiento, recordaría el día que su padre lo llevó a conocer el hielo, yo recordaré siempre las veces que papá con su ejemplo nos hizo saber que la ética era una y única, que las cosas ajenas eran ajenas, que los bienes públicos eran más ajenos aún y que los regalos que ocultaban algún interés, por noble que fuera, se devolvían.

Al igual que el coronel, recuerdo el día que no permitió que en la cocina del hospital Andrade Marín me comiera una gelatina de limón. Con su ancha sonrisa y su habitual amabilidad devolvió el potaje agradeciendo y recordándoles a las cocineras que ese era dinero de los afiliados. Yo tenía 8 años y según cuenta la historia, yo era ‘terrible’. Un día cercano a Navidad llegó una enorme canasta forrada en un papel celofán a través del cual se podían ver una serie de licores, jamones y chocolates. Una caja de lata gris con morado tenía en letras doradas la palabra Cadbury. Por una rendija del celofán metí mi diminuta mano, agarré la lata y supe que algún día me casaría con un príncipe inglés, un hijo del señor Cadbury. La alegría duró poco, papá llegó del trabajo y al ver el canasto retó a quien lo había recibido. “En esta casa no se aceptan estos regalos”, dijo con firmeza, y al notar mi dulce travesura casi se muere, de inmediato salimos a buscar por todo Quito una caja idéntica. Llorando a mares y con la caja a cuestas me bajé en todas y cada una de las tiendas hasta que finalmente en los tradicionales Sánduches de Don Soto pudimos comprarla. Los nuevos chocolates entraron por la misma rendija del celofán por donde habían salido los primeros. Al otro día, el canasto completo se devolvió, como se devolvieron durante muchos años canastos similares, televisores, licores y demás regalos que jamás recibió.

Así aprendimos yo y mis hermanas que la ética no se negocia, que el fin no justifica los medios, que no importa la cantidad de dinero mal habido porque un simple chocolate es exactamente lo mismo que muchos millones de dólares si se obtuvieron de manera incorrecta.

Me entristece saber que para mucha gente, este artículo estará escrito en chino, porque leo permanentemente en las redes sociales sus absurdas justificaciones frente a los escándalos de corrupción que no terminan de aclararse (mejor dicho, ni empiezan a aclararse). Cuando la mínima sospecha ante una mínima falta debería ser causa suficiente para que un empleado sea despedido, para que un niño sea castigado o para que un candidato deje de serlo. Pero no, la actitud es otra, defender lo indefendible, mentir para ocultar, tapar el sol con un dedo.

Muchos ecuatorianos estamos cansados de los escándalos y por eso el gran perdedor de estas elecciones fue Alianza PAIS, porque bajar de 56% en primera vuelta a menos de 40% en solo cuatro años es un claro rechazo a los maletines y cuentas que no se han aclarado y a las listas de nombres que no se han publicado. (O)