Escoger el lado correcto de la historia será la opción del elector cuando vuelva a las urnas el 2 de abril. Con perspicacia lo anotó el candidato Guillermo Lasso en un reciente discurso. Por su lado, el oficialista Lenín Moreno apela al lema motivador: “El futuro no se detiene”.

Lo cierto es que los recientes comicios reflejan una sociedad profundamente dividida entre los que quieren el cambio y aquellos que están por la continuidad. Estos últimos ganaron pero los primeros, con voto disperso, prevalecen como mayoría.

El Gobierno estuvo a punto de lograr su objetivo de ganar en primera vuelta, pero ahora afronta un pronóstico incierto. Tuvo muchos factores a favor.

El principal, un CNE que la noche de la elección evidenció su parcialidad al abstenerse de dar a conocer el conteo rápido contratado con la Politécnica Nacional, que sobre la base de datos reales –al igual que Participación Ciudadana– proyectaba la segunda vuelta por estrecho margen. Además, sin una explicación satisfactoria, el cómputo oficial se detuvo ocasionando un injustificable retraso de tres días que ha sido objeto de repudio general.

Entretanto, iban surgiendo denuncias sobre irregularidades acotadas –votos premarcados, actas adulteradas–, todas ellas en beneficio del oficialismo y en perjuicio de la oposición. Solo la frustración explica que el presidente Correa haya apelado a un supuesto fraude en contra de Alianza PAIS, cuando el CNE está conformado por funcionarios afines al régimen, tanto en el ámbito nacional como provincial.

Tal es su falta de autonomía e independencia que ha sido incapaz de limitar la propaganda gubernamental durante el periodo electoral, que ha sido manejada a discreción en cadenas de radio y televisión de tal modo que por cada cuña publicitaria de los candidatos opositores, el oficialismo sumaba cuatro.

Y ni qué decir de los recursos del Estado que han sido utilizados impúdicamente y sin control para promover la continuidad.

Es incuestionable que AP mantiene una vasta red clientelar que se soporta en su telegénico líder, en una amplísima mayoría de municipios y consejos provinciales bajo su control, y además en una importante obra pública que, sin duda, ha beneficiado a los sectores populares.

Es probable que Moreno hubiera ganado en primera vuelta de no mediar la imposición de Glas como binomio, que lo terminó lastrando por las denuncias de corrupción de Odebrecht, Capaya y Caminosca. Y aunque los escándalos lo afectaron poco, sigue siendo una amenaza que, desde el exterior, continúen las revelaciones en seis semanas cruciales.

Al margen de lo coyuntural, Ecuador necesita un nuevo comienzo que le permita el restablecimiento de la democracia y sus instituciones, desnaturalizadas por un hiperpresidencialismo que ha derivado en una dictadura personalista, que con su discurso utilitario de la lucha de clases ha dividido al país. Muchos electores, inmersos en la necesidad de proveer sus necesidades cotidianas, no se dan cuenta, pero un régimen que concentra tanto poder termina limitando inevitablemente el ejercicio de derechos y libertades; acaso una apreciación de la élite pero de interés común.

El voto es el único medio para resolver el dilema de cambio o continuidad. De modo que hay que orientarlo hacia la comprensión de la necesidad de una alternancia, que permita recuperar principios y valores de convivencia política que han sido enviciados por un populismo intolerante y excluyente. El desafío será entonces trasladar a cada elector la información básica que le permita adoptar una decisión inteligente, del lado correcto de la historia. (O)