Luego de días de incertidumbre y zozobra, habrá segunda vuelta, lo que lleva a preguntar si estamos a tiempo de pensar un país. Los ecuatorianos tendremos de nuevo la oportunidad de, con nuestro voto, decidir el futuro nuestro y de nuestros hijos y nietos. Ese es efectivamente el tamaño que tiene el sencillo acto de consignar nuestra voluntad en las urnas. Es que lo que está en juego es recuperar una mínima institucionalidad y reconstruir una democracia que nos permita decidir nuestro destino, o continuar en este proceso de descomposición, desintegración y enfrentamiento.

Es de esperar que algún aprendizaje saquemos de la experiencia vivida y que entendamos la imperativa necesidad de recuperar la cordura capaz de tender puentes en un país fracturado, para definir una unidad de propósito. Se necesita una concertación nacional a la manera de Chile, que sea capaz de generar una visión de país que nos inspire para asumir los enormes retos que nos esperan. Necesitamos un horizonte que anime las voluntades y movilice las energías para sortear obstáculos y lograr metas. Necesitamos un acuerdo de al menos 20 años con el que se comprometan, partidos, gremios, organizaciones sociales, gobiernos seccionales, alrededor de un gran proyecto nacional.

¿Por qué los ecuatorianos no podemos proponernos ser un gran país? ¿Por qué no podemos proponernos grandes objetivos? ¿Por qué, por ejemplo, no podemos proponernos para 2030 ser un país que solo use energías renovables y hayamos abandonado las fósiles? ¿Por qué no ser los primeros en América en llegar a esa meta, buena para nosotros y para el planeta? Tenemos agua, sol, viento y geotermia para poder hacerlo.

¿Por qué no podemos tener un gran sistema de transporte público eléctrico, limpio, que articule al país y estructure las ciudades? ¿Por qué no proponernos abandonar el auto particular con un horizonte de 20 años? ¿Por qué no hacer que el vehículo eléctrico sea una forma de transporte como servicio público y no como propiedad?

Los ecuatorianos tendremos de nuevo la oportunidad de, con nuestro voto, decidir el futuro nuestro y de nuestros hijos y nietos. Ese es efectivamente el tamaño que tiene el sencillo acto de consignar nuestra voluntad en las urnas.

¿Por qué no ser un país libre de químicos y pesticidas y ser líder continental en la producción de alimentos orgánicos certificados y de calidad? ¿Por qué no desarrollar una agroindustria que dé valor agregado a esos productos y los ponga en el mercado mundial? ¿Por qué si ya tenemos el mejor cacao del mundo, no podemos también ser los productores de los mejores chocolates del mundo? ¿Por qué no? ¿Por qué no ser líderes en agroforestería y mostrar cómo hacer que la selva sea productiva al tiempo de conservarla? ¿Por qué no rescatar y desarrollar nuestra riquísima gastronomía para ponerla en las ligas mundiales?

¿Por qué con costa tan hermosa, no tener nuestras playas certificadas con bandera azul? ¿Por qué no convertirnos en el mayor atractivo del Pacífico para el turismo de descanso, relación con la naturaleza y aventura de mar, selva o montaña? ¿Por qué no proponernos que todo el país sea al menos bilingüe para atender al visitante? ¿Por qué no proponernos ser los campeones del buen servicio, que con energía limpia, buen transporte, buenos productos, deliciosa comida, gente abierta al visitante y atentos, no ser un gran destino turístico?

¿Por qué no retomar el sueño de Benjamín Carrión de ser un pequeño país, pero una potencia cultural? ¿Por qué no? Podemos ser un pequeño gran país si nos lo proponemos, y si los líderes no nos plantean una visión así, seamos los ciudadanos los que rescatemos nuestra casa común, como hemos rescatado que se respete nuestra voluntad y haya segunda vuelta. (O)