El auditorio de 16 becarios no podía ocultar su asombro. Aquella mañana en la que el periodista colombiano y maestro de la ética Javier Darío Restrepo sostuvo que en contiendas electorales los medios de comunicación debían anunciar y sostener públicamente su opción electoral, el auditorio de 16 becarios no podía ocultar su asombro.

En mi caso, hasta entonces, había llegado al auditorio de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano de Gabriel García Márquez con la convicción de que la asepsia política en el periodismo era un tema posible e impostergable. Ingenuidad universitaria donde también se cacarea que la objetividad existe.

Varias horas lo discutimos: más saludable para la democracia es que las empresas periodísticas admitan la imposibilidad de su ‘independencia’ y declaren opción partidista. Absolutamente transparente y más ético que sesgarse escudadas bajo el remoquete de “prensa independiente”. Solo que ahora debemos incluir un elemento a la discusión sobre participación política electoral y medios de comunicación: la militancia 2.0.

Lo que acaba de ocurrir en el Ecuador con la campaña electoral merece un análisis valiente y transparente. Los medios, públicos y privados –más unos que otros, más otros que unos– han sumido en una especie de desolación a sus audiencias, donde nada o poco es claro, donde el qué está por encima del por qué; donde una suerte de manipulación, dato no confirmado pero escudado en una atribución –“fulano o mengano lo dice”– es la bandera que termina por revelarnos la opción a la que está apuntando.

Un repaso de la agenda, titulares, fotografías y sus planos; los tiempos de emisión al aire, referencias de “analistas” a quienes han sido incondicionales con el régimen o con la oposición, dejan en la indefensión absoluta al consumidor de información que busca eso –informarse– y se topa con una incansable intención de que él (lector o televidente) asuma su posición y opción electoral.

“Por Dios, que alguien nos cuente algo certero”. La invocación rodeada de un sentimiento de angustia fue la frase con la que más de un alumno de comunicación me escribió en su intento de hallar una luz que diferencie información de propaganda. Noticia de rumor. Perspicacia de suspicacia.

¿La prensa quiere hacer periodismo militante? ¿Militancia política? Que lo haga, pero con información. Sí es posible. Es posible en la medida en la que el último fin sea atender la necesidad de información de sus audiencias. En la medida que demuestre que pese a haber tomado la opción, puede trabajar las historias no solo desde la intención y el efecto de los 140 caracteres, sino desde la profundidad y el rigor ético de la agenda útil y práctica.

Y así como se ha superado esa batalla político-partidista-mediática y callejera del presunto fraude electoral –y que nos puso al borde de un enfrentamiento en el que no hubo mediador democrático en el espectro de lo público– que esta segunda vuelta no sirva solo para definir en democracia el futuro del país, sino para que la prensa pública y privada reivindique su papel de mediador, de formador e informador, y recupere sus mejores días.

La militancia 2.0, la peor, no debe tener ni un solo cabezote periodístico. Que el periodismo milite solo por los intereses de una patria unida.

Amén. (O)