Comienzo por citar un texto de mi autoría: “¿Es posible un fraude? Todo es posible, sin embargo, creo que no habrá por dos razones. No es posible tapar el sol con un dedo, es decir, de existir un fraude, a las pocas horas el mundo se habrá enterado de tamaño latrocinio, por esto creo que no habrá fraude. Además, un fraude descarado bien puede ser la mecha para que Ecuador explote en plazas y calles, en ciudades y pueblos, en cada rincón patrio. Es por esto que espero y confío en un proceso electoral limpio, porque cuando se juega con fuego, no se puede pronosticar quién saldrá incólume” (EL UNIVERSO 15-02-2017).

Mientras escribo este comentario percibo en el ambiente nerviosismo, incertidumbre, coraje, esperanza, recelo y tantos otros sentimientos entrelazados que originan un ambiente pesado y nada propicio para la tranquilidad mental.

Escribo en La Milina, cantón Salinas, urbanización privada, privada de todo. Estoy nervioso y molesto. Para ciertos munícipes, quienes habitamos estos parajes somos parias, hijos advenedizos, grupúsculos humanos de poca importancia en la balanza electoral. No importa que paguemos puntualmente nuestros impuestos, no importa que desde hace décadas tributemos un rubro especial “promejoras’’; no importa decenas de comunicaciones, centenas de gestiones y peticiones. Los oídos de los munícipes son sordos y su palabra enjundiosa: ¡Sí quieren ayudarnos, pero no tienen dinero; deben pagar deudas heredadas! Estribillo que de administración en administración se lo recita y declama llegando siempre al punto de partida. Recuerdo a Dante Alighieri, en su Divina Comedia, frente a las puertas del infierno: “Los que aquí entráis perded toda esperanza”.

Esto nos pasa, amigas y amigos. En este ambiente, sitiados por el lodo y por la ineptitud y doblez de nuestras autoridades, un fuerte tufo a fraude nacional permea el ambiente. Llueve generosamente. El agua que todo lo limpia no se lleva la hediondez de un atraco a la democracia. Hemos cambiado demasiado en una década. Se miente con mayor descaro. Se alardea de conquistas inexistentes. Se ofende sin consideraciones. Se reparte la heredad patria como caja chica. Se ríe, se mofa, se grita, se canta, se viaja, se insulta y se divierte, porque el sistema está construido para que ‘nada pase’ a sus creadores, o demasiado a quienes osen criticarlo.

Un sistema electoral diabólicamente concebido y maquiavélicamente ejecutado es el principio del fin de una década. El fraude no está solamente en el epílogo, sino en el comienzo y desarrollo del proceso electoral. El régimen que durante una década tuvo, como ningún otro gobierno, posibilidades enormes de sentar las bases de un Ecuador más justo y próspero, debe iniciar el proceso de retirada con enormes deudas pendientes con todos nosotros. Más allá de una cuantiosa deuda pública que obligará a duros ajustes al nuevo gobierno, cualquiera que sea, está la deuda cívica y moral que merece un capítulo aparte. Un país “patas arriba” es urgente volver a ponerlo en su posición normal, tarea ímproba e insoslayable.

Si me engañas una vez, tuya es la culpa; si me engañas dos, es mía”, Anaxágoras. (O)