Uno de los aspectos menos explorado del poder es su capacidad de servir. En campaña y durante el ejercicio de un mandato se insiste en las promesas que harán que millones vivan mejor o se cobren la revancha contra algo y alguien que les impidió alcanzar “la felicidad política”. De ahí que la oferta se suele basar en las cosas que amo y en las que odio. El diseñador de campaña debe conocer muy bien estas cosas para hacer del producto político algo atractivo que lleve a depositar su voto por dicha persona.

La otra estrategia es cómo evitar que los que desean participar en una justa comicial lo hagan. Desalentarlos y llevarlos a la conclusión de que nada cambiará con su voto y que lo mejor que pueden hacer es quedarse en casa. Muchas causas justas acaban en la apatía de un electorado al que la política lo ha marginado sobre la base del hartazgo. Ellos saben muy bien de qué madera está hecho el poder y con razón dudan de toda oferta que los acerque.

La política de las carencias se impuso en nuestro subcontinente a la realidad y a la sinceridad de propósitos, haciendo que solo aquel que pueda montar una poderosa maquinaria electoral es capaz de alcanzar el poder, por lo que generalmente el que lo tiene usa todos sus músculos para continuar él o su delfín en el cargo. Importa alcanzar el poder..., solo eso.

Hay un gran sector del electorado latinoamericano que vive en la pobreza y a la que directamente se alquila o compra su larga y antigua necesidad por un pequeño servicio, subsidio o dinero el día de los comicios. Son muchos y son las balas de cañón de sectores que los alaban y agitan en largos y soporíferos discursos donde los pobres están en el corazón del que pretende llegar al poder. Cuanto más se parezcan a ellos, mucho mejor. Imitan sus tonos de voz, su forma de caminar, entonan sus canciones y apelan a las grandes virtudes que viven dentro de esos hacinamientos humanos donde sobrevivir es la consigna y en donde cualquier sopita es alimento. Tocan sus fibras íntimas y pasan sus manos por las de ellos, aunque rápidamente se las limpian al final del raid electoral. El cinismo nunca es más evidente con estos sectores. La mentira se construye desde estos imaginarios que aportan votos y sentimentalismo a una política carente de amor en todo lo que hacen.

Muchos sectores sociales se han acostumbrado a un Estado ausente o distante que cualquier cercanía en forma de mísero subsidio es demasiado para tan larga carencia. Se ha construido una retórica poderosa sobre las necesidades no resueltas de la política tradicional y ella medra a su costa. Si a esto se le agrega la contestación a los que les ha ido bien, se tiene el coctel perfecto que hará detonar cualquier vitriólico discurso populista.

La política de las carencias se impuso en nuestro subcontinente a la realidad y a la sinceridad de propósitos, haciendo que solo aquel que pueda montar una poderosa maquinaria electoral es capaz de alcanzar el poder, por lo que generalmente el que lo tiene usa todos sus músculos para continuar él o su delfín en el cargo. Importa alcanzar el poder... solo eso. El servicio y las carencias solo sirven de soporte al cinismo.

La política se agotó en la declamación de las necesidades y las repite en cada elección. Mantenerlas es clave para seguir mandando a como sea. (O)