Hay quienes sostienen que es más fácil predecir el futuro lejano que lo que puede ocurrir en un par de días. Eso es lo que sucede en el momento de escribir esta columna, cuando faltan pocas horas para la elección y lo único seguro es que nada es seguro. Ni quienes cuentan con un verdadero arsenal de encuestas (las verdaderas, no las que circulan en las redes) y hacen seguimiento milimétrico a las acciones y declaraciones de los candidatos se atreven a opinar con algún grado de certeza sobre los posibles resultados. Incluso, se resisten a anticipar si será necesaria la segunda vuelta. Los únicos que hacen afirmaciones rotundas, a esta altura, son quienes se dejan llevar por los sanos sentimientos de su militancia y por los fervores de su entusiasmo. Por ello, más bien cabe especular sobre lo que puede suceder a partir del día siguiente a la elección.

En ese día posiblemente el debate central gire en torno a la limpieza de la elección. Esto ocurriría si el candidato oficial obtuviera unos pocos votos por encima del 40%, los suficientes para evitar la segunda vuelta, pero también para dar pie a las sospechas sobre el manejo del proceso electoral. En la campaña se presentaron varias dudas al respecto, y un resultado de ese tipo serviría para tratarlas como certezas. Por el contrario, esas sospechas ni siquiera aparecerían si se hiciera necesaria la segunda vuelta o si el binomio gubernamental obtuviera un triunfo contundente. En consecuencia, al correísmo le conviene ganar categóricamente (muy por encima del 40%) o ir a una nueva ronda electoral. Esto quiere decir que su victoria debe medirse no solo por la distancia con los otros candidatos (que debería ser de más de diez puntos), sino sobre todo por un porcentaje muy superior al límite mínimo. Cualquier otro resultado le restará legitimidad.

Otro tema de debate –obviamente si no ha habido un ganador absoluto– será sin duda el de los posibles resultados de la segunda vuelta. La historia electoral ecuatoriana enseña que el ballotaje es una elección totalmente independiente de la primera. En tres ocasiones (1984, 1996 y 2006) el triunfador inicial ha perdido en la segunda, lo que quiere decir que no hay una lógica o una constante que pueda dar pistas sobre el tema. Por tanto, será prácticamente un borrón y cuenta nueva, que dependerá en gran medida de la campaña y de lo que suceda con las denuncias de corrupción.

Un tema adicional será el de las alianzas y las posibles transferencias de votos desde los candidatos eliminados a los dos ganadores. Si se acude nuevamente a las enseñanzas de la historia se comprueba que los candidatos tienen muy limitada capacidad para endosar los votos o para guiar a sus seguidores. Los apoyos explícitos y las alianzas de las cúpulas pueden tener efectos muy diversos y en ocasiones totalmente contrarios a los esperados.

Aparte de los temas de debate, lo más importante es que el día siguiente –hoy– termina una época y se inicia una nueva. (O)