Por razones que son de conocimiento público, el polígrafo se ha puesto de moda en estos días en nuestro país, con mayor razón cuando hay emplazamientos públicos a diversos funcionarios a que se sometan a dicha prueba, con el fin de conocer si ante determinadas preguntas están diciendo o no la verdad. En todo caso y más allá de las críticas y controversias que se dan en torno a la eficacia de los polígrafos, cabe destacar que se trata de un instrumento profesional que sigue siendo utilizado de forma generalizada en todo el mundo, a tal punto que la CIA y el FBI lo toman como una referencia importante a la hora de los interrogatorios a determinados sospechosos.

Pero el polígrafo no es el único método utilizado para determinar si una persona está diciendo o no la verdad; por muchos años los científicos han tratado de desarrollar “sueros de la verdad”, es decir, sustancias que supuestamente permitirían que una persona diga todo lo que conoce y sabe al interrogador; una de esas sustancias es el tiopentato de sodio, inicialmente desarrollado como un anestésico y que forma parte de un grupo de drogas llamado barbitúricos, los cuales funcionan bajando la velocidad con que viajan los mensajes por el cerebro y la columna vertebral, produciendo un paulatino adormecimiento en un proceso en el cual las personas que están bajo sus efectos tendrían serias dificultades para mentir. Pero hay una fórmula menos complicada que se conoce desde los albores de nuestra civilización, que indica que el alcohol es el mejor liberador de los secretos más íntimos y reservados de una persona, a tal punto que el Talmud babilónico (recopilación de la opinión de los rabinos) contiene una frase que es virtualmente una sentencia: “Entró el vino y salió el secreto”.

También se puede citar el proverbio latino In vino Veritas, de autoría de Plinio el Viejo, aunque otros sostienen que en realidad fue acuñada por el poeta griego Alceo de Mitilene; igual resulta clara la connotación del proverbio que significa “En el vino está la verdad”, idea que seguramente era compartida por los pueblos germánicos, los cuales de acuerdo con la versión del historiador romano Tacitus, “aconsejaban beber alcohol a sus políticos para impedir que estos mintieran en los consejos”, asegurándose de esa forma la veracidad de sus dichos y afirmaciones. Supongo que el polígrafo, el suero de la verdad y el vino serán suficiente para constituir una prueba respecto de que si un funcionario público está pregonando o no la verdad, por lo que sugiero que los candidatos presidenciales asuman el compromiso no solo de someterse a tales pruebas, sino de obligar a sus compañeros de fórmula, así como a sus allegados, a rendir testimonio sometiéndose al polígrafo, al suero de la verdad y, naturalmente, al vino. Casi sin margen de error.

Claro, siempre existirá el riesgo de que un mentiroso profesional convertido en funcionario o político termine engañando al polígrafo, al suero de la verdad y al vino, pero al menos tuviésemos el beneficio de la duda ante la posición terminante del candidato presidencial. Mentir será siempre fácil, solaparla aun más, por eso la tarea es urgente: hay que arrinconar al “yo no fui”. (O)