Cuando el hombre recibió como hogar este precioso planeta, se percató de que para su subsistencia era necesario efectuar un constante esfuerzo en lograr los recursos diarios para él y su prole, y así fue como en el transcurso de los siglos, fue evolucionando su técnica para simplificar dichos logros. ¡Plausible esfuerzo!

Pero nunca se imaginó el hombre que con el tiempo esa actividad iba a caer en manos de mercaderes despiadados que destruyen y contaminan ríos, mares, aire, bosques...; abusando de los químicos y explotando la tierra hasta agotarla, haciendo desaparecer miles de maravillosas especies e intoxicando con sustancias venenosas al género humano. Pienso que universalmente se deberían legislar leyes adecuadas de protección al consumidor. Me pregunto si los chicos de ahora alguna vez habrán saboreado un níspero, un caimito, un cauje, una guaba (de machete o de bejuco), fruta de pan, membrillo, capulí, pechiche, tamarindo, o un jugoso guaitambo abridor y muchas más. Lamentablemente las nuevas generaciones no saben de estas delicias. (O)

Alfredo Víctor Minervini Faillace, Guayaquil