Como se verá, Álvaro Obregón sabía de qué hablaba cuando, como político, dijo: “No hay general que resista un cañonazo de 50.000 pesos”. En la Revolución mexicana, Obregón se enroló en el ejército de Francisco Madero que luchaba contra la dictadura de Porfirio Díaz. Después apoyó a Venustiano Carranza en su contienda contra Victoriano Huerta y fue leal a Carranza cuando este rompió con Francisco Villa y Emiliano Zapata. El general Obregón derrotó a Pancho Villa y sus huestes en 1915. Fue ministro de Guerra y Marina con Carranza, y, en 1920, presidente de la República; en 1928 fue reelegido en el cargo.

Esta comprensión de la política como un escaño para hacer dinero se aplica a los escándalos en los que están involucrados muchos funcionarios que desempeñaron altos cargos en el gobierno del presidente Rafael Correa, quienes no supieron resistir los cañonazos de millones de dólares; más bien, se rindieron ante el calibre de semejante munición. La extensa bibliografía sobre la Revolución mexicana indica que la tal revolución, que intentó pasar como la primera revolución campesina, no fue tan revolucionaria como nos han contado: quienes habían dirigido el porfirismo se disfrazaron de insurgentes y asaltaron el Estado.

Revolución y corrupción están muy entrelazadas porque la desinstitucionalización del Estado, que la revolución necesita en tanto alteración del orden, es la antesala de la corrupción. Si el Ecuador de hoy está azotado por la falta de honradez de figuras del socialismo del siglo XXI es porque alguien concertó un plan para apropiarse de la administración de justicia: esta dejó de ser justicia y pasó a ser justicia correísta, al servicio de los intereses de los políticamente poderosos. Saliendo del vocabulario bélico del contexto mexicano, estamos viendo que muchos revolucionarios ciudadanos se rindieron ante un maletín de millones de dólares.

El escritor Mariano Azuela, en la novela Los de abajo que narra las vicisitudes por las que transitó ese mismo México revolucionario de la frase del general Obregón, destaca un episodio en el que un antiguo oficial federal (la facción que es combatida por los héroes bandidos) oye una conversación en la que se dice que hubo tiempos en que sí existieron buenos revolucionarios, pero el personaje cree que eso fue “porque no tuvieron tiempo de ser malos”. En diez años correístas, muchos altos funcionarios nombrados por el Gobierno de Alianza PAIS sí tuvieron mucho tiempo para corromperse y el propio presidente ya los llama delincuentes.

La Revolución mexicana y la revolución ciudadana son procesos diferentes y poco tienen que ver entre sí. Solo las une la creencia ilusoria de sus actores de considerar que fueron transformaciones radicales, cuando ambas únicamente produjeron el reacomodo de lo mismo, con nuevos membretes, modificando aspectos parciales en la estructura de la sociedad que igual pudieron haberse hecho sin el vocabulario y las prácticas guerreras que sugiere el término revolución. La desazón que se va sintiendo en Los de abajo se explica porque tantos revolucionarios resultan ser individuos que se rinden ante el primer cañonazo de 50.000 pesos. (O)