Este febrero se cumple el primer centenario de la Revolución Rusa, una serie de sucesos que condujeron al derrocamiento del régimen zarista entre febrero y octubre de 1917 y que llevó a la creación de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia.

La Revolución de febrero tuvo como sucesor a un gobierno provisional, que fue derrocado por la revolución de octubre, estableciéndose el gobierno de los bolcheviques. A continuación, se desencadenó una guerra civil que fue ganada por el nuevo régimen soviético. Años después, en 1922 se creó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Tras la muerte del primer líder soviético, Vladimir Ilich (Lenin), en 1924, Iósif Stalin acabó ganando la lucha por el poder. Stalin, unos de los dictadores tiránicos más sangrientos de la historia, perpetuó el comunismo. A él se le atribuyen cerca de 10 millones de muertes: 4 por represión y 6 por hambruna, esta última producto de la centralización de los factores de producción.

Cuando se repasan los hechos que hicieron posible que hace 100 años se fundara el Estado soviético, primer estado comunista de la historia, se debe rescatar: 1) la arrogancia de absolutistas y conservadores, solo superada por la ingenuidad política de supuestos socialdemócratas y 2) la tibieza que permitió llegar al poder a quienes, inspirados por el resentimiento, no escatimaron en medios para llegar a un solo fin: acceder al poder y perpetuarse en nombre de la igualdad, la justicia social y la construcción de una sociedad sin clases.

Luego de un siglo de comunismo en el mundo, no cabe celebrar. De hecho, hay que recordar las causas y los nefastos efectos del legado criminal del comunismo: regímenes totalitarios y sangrientos, millones de muertos en todo el mundo, violencia sin justificación, abolición de la libertad, pisoteo de la dignidad humana, y asesinos con fama y camisetas como Ernesto, el Che Guevara, cuyas frases siguen repitiendo nuestros gobernantes; o como el revolucionario Fidel Castro, un tonto útil de la URSS, a quienes muchos admiran a pesar de haber dejado una Cuba en miseria. Hablando de esas paradojas, Stalin fue nominado al Premio Nobel de la Paz en 1945 y 1948. No es broma.

En teoría el comunismo soviético cayó en 1989 y, con él, su ‘muro de la vergüenza’; dos años más tarde colapsó la URSS. Sin embargo, y aunque parezca otra mala broma, todavía en pleno siglo XXI hay naciones que juegan al comunismo: mientras sus gobernantes concentran poder y se enriquecen pero dicen odiar la riqueza, los ciudadanos comen basura. ¿La cereza del pastel? Terminan sus discursos con un intrépido ¡hasta la victoria siempre!

Que este primer centenario del inicio de una barbaridad llamada comunismo, sirva para honrar aún más la Libertad y evitar caer en engaños de caudillos populistas. Como dice Luis Alfonso Herrera, abogado y filósofo venezolano, que este aniversario sirva “para calificar al comunismo y sus promotores como la teología política más peligrosa y abominable de la historia, por su capacidad de ‘viralizarse’ por los cinco continentes con gran acogida y legitimidad, al dirigirse a las emociones más básicas y negativas de las personas y aprovecharse de su ignorancia o su desesperación para engañarlos, manipularlos y luego destruirlos, sin remordimientos, con tal de lograr sus fines de poder absoluto”. (O)