El título impacta porque no suena adecuado para una novela. O tal vez, ese primer desconcierto es lo que quiere la autora. Lo cierto es que con materia prima para la sorpresa llegó la última novela de la popular escritora española Rosa Montero. Conozco que produce reacciones contrarias. Que algunos creen que se embarcó en la narrativa light, esa que da cuenta de amoríos, modas, ambientes de lujo, mientras otros defendemos que detrás de una anécdota fácil se esconden dramas recalcitrantes del alma humana, que siempre le han atraído.

También inopinadamente, en la última página, Montero pide a sus lectores que guardemos silencio sobre el derrotero de las relaciones que entablan sus protagonistas, así como sobre el pasado de su personaje principal para no arruinar “la estructura, el ritmo y el misterio del texto”. Difícil tarea entonces, referirse a esta novela con esa limitación (que respeto a rajatabla).

La novela La carne es otra expresión de la conquistada madurez de su autora que es capaz de tomar sus propias experiencias y exprimirlas hacia el filón que le proporcione materia de escritura. Así analogó la viudez propia con la de Marie Curie en La ridícula idea de no volver a verte y consiguió un espléndido libro sobre la pérdida del compañero de vida. En esta ocasión explora el ingreso a la sexta década de la vida de una mujer para revisar todas las angustias del envejecimiento de cara a las oportunidades de vivir el amor. Rosa se encuentra en esa década. Rosa puede imaginar con precisión a Soledad Alegre, su protagonista.

Se transgreden barreras morales que jamás han importado para los hombres, pero que la sociedad ve con muy mala cara respecto de las mujeres: ¿acudir a prostitutos? ¿Aceptar de buen grado que la pareja momentánea puede pagarse? ¿Darle cabida a sentimientos que se activan frente a un hombre joven y atractivo? Estas situaciones de fondo ponen el marco a avatares ingeniosos donde el azar tiene tanto puesto como la decisión. Resalto que el drama sentimental (“thriller emocional” lo llama Montero) viene incrustado dentro de la idea de una exposición artística que generará un espectáculo llamado Escritores malditos. Esa especie de columna vertebral le da mucha viveza a la historia porque permite el desfile de once luminarias raras del firmamento literario universal, en las cuales se dibuja perfectamente el “malditismo” dado que “ser maldito es no soportar la vida y sobre todo no soportarte a ti mismo”. Y desde esa extraña condición numerosos escritores nos han legado sus libros.

Agrada que Rosa Montero esté tan cómoda en su obra propia después de quince novelas, diez libros de periodismo, otro de relatos y algunos títulos infantiles, que se haga guiños a sí misma dentro de las páginas. Así aparece Ana Antón, la protagonista de su primera novela Crónica del desamor, del año 1979 y nos encontramos con ella misma, con la periodista Rosa Montero, hecha personaje y poco empática con Soledad. Chispas de agudeza que brotan de la notable experiencia narrativa, que en Guadalajara, hablando sobre La carne, ejemplificó al comparar su trabajo con el de un artesano: “ya las patas de las mesas me salen bien torneadas”.

Se lee La carne de un tirón, pero deja buena carga para meditar durante mucho tiempo. (O)