La obsesión por la novelería artística a veces nos hace dirigir nuestro interés hacia textos que resultan poco significativos. Por eso hay que mantenerse volviendo a los autores clásicos. El 10 de enero pasado se cumplieron sesenta años de la desaparición física de la poeta chilena Gabriela Mistral, notable como mujer intelectual, viajera e intrusa en la política masculina de su época. Si la leemos en nuestros días, percibiremos no solo la altísima calidad de sus versos –de resonancias líricas secretas y sonoridades infantiles memorables–, sino que también apreciaremos la firmeza de su voz en la escena pública.

Selecciones recientes de Mistral –como las que compilaron Jaime Quezada, Pensando a Chile: una visión esencial sobre nuestra identidad (Santiago, Catalonia, 2015), y Diego del Pozo, Por la humanidad futura: antología política (Santiago, La Pollera, 2015)– permiten actualizar a quien en 1945 recibió el Premio Nobel de Literatura. Desde su primer artículo conocido, escrito cuando apenas pasaba de 15 años, Mistral se preocupó por denunciar la opresión en que vivían las mujeres y por exigir una mejor instrucción para ellas. Tampoco se cansó en demandar el voto femenino y en reivindicar el rol de la mujer en la política.

Si por muchos años primó una imagen dulcificada de Mistral, como madre y maestra de chilenos y americanos, ahora “la Gabriela” –como la llaman en Chile– es leída por ser dueña de una de las obras poéticas más singulares en las que el sentimiento actúa como una forma del pensar. Sus poemas asumen un americanismo que demanda el respeto a las culturas indígenas y hacen notar que la subjetividad femenina descubre aspectos de la realidad que la ideología masculina no puede ver por haberse acostumbrado a mandar desde el poder. A lo largo de América, Mistral combatió los desvaríos de los gobiernos.

Todas íbamos a ser reinas nos deja en un silencio productivo: “Todas íbamos a ser reinas,/ de cuatro reinos sobre el mar:/ Rosalía con Efigenia/ y Lucila con Soledad”. El poema muestra las maneras en que cuatro jóvenes construyen sus sueños y cómo, uno por uno, se van desmoronando. “Pero en el valle de Elqui, donde/ son cien montañas o son más,/ cantan las otras que vinieron/ y las que vienen cantarán:// ‘En la tierra seremos reinas,/ y de verídico reinar,/ y siendo grandes nuestros reinos,/ llegaremos todas al mar’”. En un tono de tristeza y realismo, ahí sentimos las ilusiones, la repetición, las imposibilidades…

“Yo, la insufrible demócrata”, dijo de sí, porque apostó por los valores republicanos de la libertad de prensa, del derecho a la educación, de la defensa de la labor de los maestros, de los cambios sociales sin derivar en la violencia… Su origen rural se transformó en conciencia social, aunque jamás se afilió a ningún partido. Incluso podría haber participado en la mismísima redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Leer a Gabriela Mistral es recuperar el mundo sencillo y sus virtudes como sustrato de un país: en su escritura hablan las mujeres de los sectores medios y del pueblo. (O)