Una de las manifestaciones más claras de autoritarismo e incapacidad de negociar acuerdos con el Congreso se da con las llamadas “órdenes ejecutivas” en Estados Unidos o decretos entre nosotros. Cuando el nivel de reacción de un mandatario es limitado al hecho de mandar y no de gobernar, es frecuente echar mano a ese recurso que en muchos casos encubre en realidad un claro sesgo autoritario en la labor del ejecutivo. Esta tal vez una manera de explicar la crisis de gestión por la que atraviesa el ejercicio del poder y que requiere una velocidad distinta a la que ordinariamente tiene el modelo burocrático diseñado por Weber e hijo de la revolución industrial. Lo que cabe es buscar un mecanismo más expeditivo sin que eso caiga en el ejercicio autoritario del poder que ha sido común en los llamados “revolucionarios del siglo XXI” y que ahora tiene en Donald Trump a uno de sus ejecutores.

La democracia está obligada a repeler estos mecanismos dictatoriales que terminan por erosionar las instituciones que finalmente son las únicas que pueden sostener a los países y sus ciudadanos en periodos de crisis. Si pretendemos vivir en ese modelo estamos obligados a repensar la representación por mecanismos donde el nivel de capacidad electiva sea directamente proporcional al compromiso y responsabilidad de invertir en materia educativa. En la medida que el elector viva en un estado de necesidad o de ignorancia, los riesgos son mayores para la misma democracia porque generalmente los pueblos tienden a equivocarse en periodos de crisis. El caso de Alemania con Hitler es un buen ejemplo o lo acontecido en Estados Unidos recientemente, por no citar los casos de populismo demagógico que abundaron y existen en nuestra América Latina. Muchos de los gobiernos rechazaron cualquier fórmula negociadora con la oposición a la que buscaron denostar, apartar o aplastar por diferentes mecanismos porque para muchos gobernantes el negociar era y es un signo de debilidad y de entrega. Lo peor de todo esto es que su ausencia lleva a una profundidad de la crisis que se quería resolver. Cuando las materias primas caen en sus precios, el populismo, que es hijo de la abundancia, pierde su combustible y solo le queda a los gobiernos la manipulación de cualquier poder que lo balancee o limite.

Lo que cabe es buscar un mecanismo más expeditivo sin que eso caiga en el ejercicio autoritario del poder que ha sido común en los llamados “revolucionarios del siglo XXI” y que ahora tiene en Donald Trump a uno de sus ejecutores.

Los decretazos han sido fórmulas insostenibles en el tiempo y acabar con sus excesos resultó ser un campo minado para los gobiernos que tuvieron que retornar a la racionalidad el manejo económico. Esto tampoco es una novedad en una región repetida en sus fórmulas y de cuyos errores parece no aprender jamás. Ahora que el péndulo se mueve en dirección distinta y con un Estados Unidos imprevisible en su conducta, no debemos descartar fórmulas de reacción cada vez más nacionalistas y sostenidas en poderes militares.

La democracia es diálogo y conversación para alcanzar consensos que duren y se proyecten en el tiempo. Los decretazos son formas autoritarias que lo único que consiguen es consolidar la fuerza sobre la razón o el autoritarismo sobre la democracia misma. (O)