En mi columna anterior cité a Ayaan Hirsi Ali, activista holandesa/estadounidense nacida en Somalia, quien ha luchado contra la censura religiosa producida por los movimientos fundamentalistas en el norte de África. Su lucha también es contra la práctica de la mutilación genital femenina, ejecutada masivamente en el Sahara musulmán y por algunas tribus cristianas radicadas en Etiopía.

Vale la pena repetir una vez más las declaraciones que Hirsi Ali dio alguna vez sobre la libertad de expresión. “…es la piedra base para la libertad y para una sociedad libre. Y sí, eso incluye nuestro derecho a blasfemar y ofender”.

Vivimos tiempos raros, en los que el populismo se ha establecido en escala global y masiva. Para este nuevo orden, la libertad de expresión es un estorbo. Eso resulta evidente en eventos recientes, aún en la memoria de muchos, desde el encarcelamiento de la banda punk Pussy Riot por parte de Vladimir Putin hasta el reciente “fue la transición de mando más vista de todos los tiempos… ¡Punto!”, declarado por Sean Spicer, el recién nombrado secretario de Prensa de la Casa Blanca.

Nuestro país no es la excepción a estas condiciones. La Ley de Comunicación vigente sustenta criterios poco claros. Se confunde la palabra “expresión” con otras similares, como “comunicación” y “periodismo”. También se mezclan los significados de los verbos “comunicar”, “informar” y “opinar”.

La libertad fundamental e irrenunciable del ser humano es la libertad de expresión, y tal como lo dice la frase de Ayaan Hirsi Ali, esa libertad incluye nuestro derecho a ofender o blasfemar. No hace falta una Ley de Comunicación para sancionar a quienes injurian. El Código Penal siempre se ha encargado de los temas relacionados con calumnias y falsos testimonios. Callar para prevenir ofensas también es censurar. Cuestionar la opinión, por considerar que no cumple con el ejercicio de informar, también atenta contra nuestro derecho a expresarnos.

Preocupa el caso de Radio Visión. Resulta difícil no cuestionar el proceso de licitación de frecuencias. Existe mucho hermetismo en tal proceso, y es notoria la antipatía que ciertas autoridades gubernamentales sienten contra el mencionado medio de comunicación. Mis opiniones no suelen coincidir generalmente con las de Diego Oquendo, pero me asusta la idea de que se penalice la opinión contraria a la de los medios oficiales; que la discrepancia se castigue con el silencio. Paralelamente, Radio Visión cuenta con una serie de programas culturales de calidad admirable, y se produciría un vacío lamentable en el mundo de la cultura local si esta estación fuera sacada del aire.

Vale la pena recordar las últimas palabras que Barack Obama dirigiera a la prensa como presidente de Estados Unidos: “…Su misión es hacer preguntas frontales. Ustedes no están aquí para ser halagadores, sino para ver con ojo crítico a quienes tenemos un gran poder y asegurarse de que somos confiables ante quienes nos han puesto en este cargo y han cumplido bien con tal labor”.

Mi apoyo a la discrepancia de opinión, a la mirada crítica ante los gobernantes de turno. Que el silencio como condena nunca eche raíces en nuestro país. (O)