Empleo la palabra “arte” en el sentido de habilidad, por tanto, al alcance de todo el mundo cuando va de por medio un aprendizaje y su correspondiente práctica. Podría pensarse que las sociedades democráticas todo el tiempo están debatiendo, dado el carácter abierto y pluralista del pensamiento que las caracteriza. Las ideologías únicas brotan siempre de regímenes autoritarios y han empleado procedimientos invasivos para conseguirlo.

La educación de Estados Unidos le ha dado un significativo puesto a la habilidad de debatir y desde el nivel colegial ejercita a sus estudiantes en esa práctica. No se diga la universidad que es el terreno más fértil para la discusión de las ideas. Todo saber se multiplica dialécticamente y por eso, el choque de contrarios se hace natural y hasta deseable.

Cuando alguien nos dice que no le gusta debatir, confiesa de manera directa que rehúye poner a prueba sus puntos de vista al calor de pensares diferentes. ¿Acaso un pensamiento endeble, unas respuestas aprendidas de memoria, el trabajo de asesores, cuyas argucias no se comprenden acobardan así a quien se niega al más justo ejercicio de la democracia? La historia nos enseña que el pueblo griego aprendió Retórica para participar mejor en las asambleas y que sus palabras fluyeran en el sentido necesario.

¿Qué es debatir? En principio, tener la información indispensable para levantar el edificio de las ideas que irá dando contorno a propuestas específicas sobre los temas que se propongan. Eso no es difícil. La destreza radica en la capacidad de argumentación con que se construya una posición porque implica pensamiento rápido y capacidad de respuesta inmediata al posible oponente. Argumentar para afirmar, para negar y de paso apoyarse en algún pensador que confiera sentido de la oportunidad, es la estructura común de la argumentación. Los profesores de lenguaje la enseñamos en las bancas escolares.

Puede ser que la personalidad de algunos individuos no sea inclinada por la confrontación (por cierto, esta palabra solo significa “ponerse cara a cara”, jamás ha dado la idea de pelear); es entendible. Gente sencilla, dispuesta a obedecer órdenes más que a darlas, a cumplir tareas más que a proponerlas, a acogerse a paraguas ideológicos en lugar de crear doctrinas, no sería adecuada para debatir, le quedaría grande el ejercicio porque su lugar realmente cómodo está en las bases y siempre al mando de alguien.

Podríamos concluir que en la vida hay puesto para todos: para quien entra a formar parte de las barras y a obedecer consignas de aplaudir o de abuchear a quien está delante; a hacer de mediadores entre los grupos y los directivos; a ejecutar las acciones que brotan de las primeras órdenes y para quienes mandan desde los puestos más altos de esas jerarquías representacionales nada más, porque el dogma democrático es que el pueblo se manda a sí mismo.

El espectáculo de este esquema de acciones esta semana ha sido abrumador. Y elocuente. Ojalá que haya dejado lecciones claras a la comunidad ecuatoriana que todavía cuelga del hilo de las incertidumbres de cara a las próximas elecciones. (O)