Amo a este país profundamente. Este pequeño país me emociona. Me maravilla su inmensa riqueza y diversidad de paisajes y gentes. Me embarga un sentimiento de orgullo el sentir que pertenezco a este sitio y que este sitio me pertenece. Por ello me indigna cuando se lo traiciona.

Es paradójico e imperdonable que un país que cuenta con todo lo imaginable enfrente pobreza y violencia. Un país donde un joven periodista es asesinado por un joven adicto. Dos vidas y familias humildes devastadas ante una sociedad impasible. No es un simple caso de un acto delincuencial, es el reflejo de que como sociedad estamos fallando.

¿Qué estamos haciendo mal o qué estamos dejando de hacer? ¿Buscamos culpabilidades en otros para eludir nuestras responsabilidades?

Nos guste o no, los responsables somos nosotros como sociedad. Nos acostumbramos a buscar salvadores para transferir la responsabilidad y luego retirarnos a nuestro cómodo espacio de observadores.

Nos saquean inmisericorde y abiertamente y permanecemos en una especie de limbo mental, aislados en nuestro metro cuadrado convenciéndonos que de todas formas “no hay nada que hacer”, que “así es la vida” y que la “política es sucia”.

Yo no quiero eso para mí. Quiero quitar de mí ese sentimiento de arraigada impotencia. No aceptar que las noticias de corrupción descarada y cínica se conviertan en una novelería diaria que aceptamos, “haciéndonos al dolor”. La espantosa frase que se ha vuelto casi dogma de “si hace, no importa que robe porque igual todos roban” es la más irracional que podemos aceptar. Lo consideraríamos inverosímil si se tratara de alguien a quien contratamos para un trabajo en casa, pero lo aceptamos como normal para el país. Basta de tanta impunidad. La corrupción ha llegado a niveles impensables pero parece que nos hemos habituado a ella.

Tengo un punzante hastío que me confronta a la urgencia de hacer más, exigir más, involucrarme más. Alzar mi voz para exigir que se aclaren los atroces desfalcos que se han hecho al país. Exigir que no solo caigan los peces pequeños, que se persiga a los tiburones. Que se aclaren tantas y tantas denuncias cuya lista es tan escandalosamente grande que este espacio resulta pequeño para citarlas. Que contemos con un fiscal general en quien confiar que nos ofrezca respuestas racionales y coherentes.

Platón escribía que el castigo de los que se rehúsan a participar en política es que terminan gobernados por inferiores, yo creo más bien que terminan gobernados por deshonestos y mediocres.

Recordemos, la política es una ciencia que promueve la participación ciudadana a través de la capacidad de distribuir y ejecutar el poder. Participar en política no es solo optar por un cargo público, es también involucrarse, alzar la voz para exigir y defender lo que consideremos injusto o ilegal, es participar, interpelar. No confundamos la obediencia civil con la sumisión. No esperemos que alguien más se mueva, que alguien más exija. Nos corresponde a todos y cada uno de los ciudadanos.

Este país te necesita, nos necesita. No esperemos que sea tarde y tengamos otra Venezuela, destruida y saqueada, donde cada vez es más difícil y peligroso involucrarse. (O)