Laurel es una parroquia del cantón Daule, ubicada a cincuenta minutos de Guayaquil, está situada en las márgenes del río Pula y rodeada por extensas plantaciones de arroz, sembríos de maíz y pastizales para la ganadería.

Con todas las características de los sitios rurales de la Costa, ofrece a sus habitantes un entorno cálido y sus calles polvorientas en verano y lodosas en invierno.

De alguna manera, la vida del pueblo y de algunos jóvenes cambió cuando en 1986 llegó un nuevo párroco, Lothar Zagst, un alemán alto, delgado y fanático de la música, convencido de que su trabajo pastoral tenía mucho que ver con lo social y por eso, según cuentan, decía que no bastaba llevar los sacramentos, que había que preocuparse de lo humano.

De esa preocupación nacieron algunos servicios que hasta ahora se conservan en el pueblo y que fueron instalados con la colaboración económica de alemanes y suizos y la ayuda de los habitantes del lugar, especialmente de los jóvenes que acudían a los grupos de formación. Así se construyó un puente peatonal, se creó una planta potabilizadora de agua, que lamentablemente no sigue funcionando normalmente porque los pozos de agua profunda colapsaron por los bancos de arena, se instaló una piladora, una escuela que atiende todo el ciclo básico, un hogar para niños huérfanos o de familias disfuncionales, un centro de formación artesanal: carpintería, cerrajería, mecánica automotriz, peluquería, cocina, costura, y se adoquinaron dos cuadras adyacentes.

La atención a la salud era una de las preocupaciones mayores en el pueblo, se estableció entonces un Centro de Salud, con la atención del médico, la farmacia, laboratorio, equipo para ecografías, lugar para atención diurna, atención odontológica, quirófano para intervenciones menores y sala de partos. Los dos últimos servicios ya no funcionan porque el Ministerio de Salud les pidió que fueran atendidos exclusivamente por especialistas.

Pero un día, Lothar sintió que su trabajo estaría completo si la comunidad se responsabilizaba de mantener la obra y anunció que abandonaría Laurel y que había pensado en una fundación que asumiera la administración y el mantenimiento de los servicios. Cuando todos los trámites de creación de la fundación terminaron, y empezó a funcionar, el motor que arrancó y mantuvo la tarea no solo en Laurel, sino en los recintos cercanos, dejó en sus manos la responsabilidad de administrar y conservar lo instalado. Los jóvenes que se formaron con él y que recibieron las becas para que estudiaran distintas carreras, ya eran profesionales y asumieron el reto. Dicen que entendieron que la formación es necesaria no para buscar el poder, sino para servir.

Si he contado esta historia es no solo por gratitud a Lothar, a quien no conocí, sino porque creo que debemos aprender lo que un liderazgo de servicio puede lograr, desde cualquiera de los roles que hayamos tenido la oportunidad de asumir, y porque es oportuno en épocas preelectorales recordar lo que los jóvenes de Laurel dicen que aprendieron: no se trata de buscar el poder, sino de servir. (O)