Ratolandia es una tierra donde viven ratones, que cada cuatro años votaban por un gobierno de enormes gatos negros. En el Parlamento aprobaban leyes que eran buenas para los gatos y malas para los ratones. Una de ellas decía que la entrada de la ratonera debía ser tan grande para que pudieran meter una pata los gatos. Otra ley mandaba que los ratones solo podían moverse a cierta velocidad, para que los gatos puedan tener su desayuno, sin mucho esfuerzo. Entonces, los ratones vieron que no podían soportar esa situación, decidieron ir en masa a las urnas y eligieron a los gatos blancos. Estos cumplieron su promesa de tener una mejor visión y ordenaron que las entradas a las ratoneras sean cuadradas, del doble del tamaño de las entradas redondas que había y así los gatos pudieron meter dos patas. Luego los ratones volvieron a sufragar por los gatos negros y regresaron después a los blancos, y así sucesivamente, tratando con gatos mitad negros mitad blancos y lo llamaron coalición. Intentaron un gobierno de gatos con manchas, que quisieron sonar como ratones, mas comían como gatos. El problema no era el color de los gatos, sino que eran gatos y por ende sus intereses no eran de los ratones. Llegó un ratoncito que propuso a los ratones votar por un gobierno compuesto por ratones, no por gatos. “Oh, es comunista”, dijeron los gatos y lo encarcelaron. Se puede encerrar a un ratón o a un hombre, pero no una idea.

Esta fábula fue creada por Clare Gillis, inspirada en el discurso que el político Thomas C. Douglas dio en el congreso canadiense en 1961, quien el 2004 fue votado en Canadá como “el canadiense más grande de todos los tiempos” y que introdujo en la provincia de Saskatchewan, donde fue primer ministro, el sistema de salud pública universal. El nieto de Douglas elaboró un corto de animación sobre esa historia, que puede ser disfrutado en internet.

En nuestra Ratolandia también hemos vivido dichos episodios. Desde que nos emancipamos de los gatos españoles, sus pares criollos tomaron su lugar, impusieron sus leyes y sus intereses, al principio elegidos solo por ellos y después por los ratones, hasta que la revolución liberal de los ratones los desalojó del poder, mas no completó la obra y volvieron los gatos por la fuerza y por el apoyo de los ratones que no veían el sol porque se lo tapaban. Así, gatos conservadores primero y luego liberales, se turnaron en el poder, en coalición posteriormente. Entregaron los recursos naturales a las compañías extranjeras, explotaron la mano de obra nacional, dejaron sin tierra a los campesinos, enriquecieron a unos cuantos, salvaron bancos y perjudicaron a los ratones. Muchos emigraron.

En la historia reciente, llegaron al poder unos sujetos que se presentaron como ratones y el pueblo los respaldó, por su denuncia de la larga noche gatuna económica y oligopolio partidista. Implantaron reformas importantes, pero acapararon el poder y lo ejercieron autoritariamente, con leyes impuestas por el gato mayor...

En la historia reciente, llegaron al poder unos sujetos que se presentaron como ratones y el pueblo los respaldó, por su denuncia de la larga noche gatuna económica y oligopolio partidista. Implantaron reformas importantes, pero acapararon el poder y lo ejercieron autoritariamente, con leyes impuestas por el gato mayor, una Asamblea Nacional y Función Judicial obedientes, acallando las voces discrepantes, controlando a los medios públicos, dividiendo a los sectores populares, disolviendo sus organizaciones y a las ecológicas también, enjuiciando y encarcelando. La ciudadanía debía organizarse solo para respaldar al régimen, que, con la ayuda del oráculo de Delfos, sabe cuáles son sus necesidades. Sin fiscalización, las uñas sucias cundieron. Y algunos gatos de adentro y de afuera se beneficiaron con su política.

En tales circunstancias, estamos convocados a renovar el poder político. No estamos en la India ni en la época del Código de Manú, que prescribía: “Si el siervo enseña a los brahmanes su deber, el rey debe ordenar que se vierta aceite hirviendo en su boca y oídos”. Los siervos ahora tienen los mismos derechos que todos, desde la revolución francesa. Ni los pueblos siguen a Confucio, que proclamaba: “Si un Estado está mal gobernado, el prudente debe mantenerse en silencio y dedicarse a sus cosas, confiando en el castigo de Dios”. No, actualmente los ciudadanos se toman las calles para protestar, piden la revocatoria del mandato de sus gobernantes si no hay un Maduro que lo impide o como el gato mayor obraría en nuestro caso. Y con el poder de su voto sueñan cambiar. Quienes quieren defender lo que creen que se ha ganado y los que desean transformar lo que creen que se ha perdido, agitan sus pasiones, unas veces con la verdad en la mano, con respeto y tolerancia, ávidos de escuchar y aprender del rival. Otras no y prometiendo lo imposible, como siempre.

El buen papa Francisco manifiesta que es un deber del cristiano involucrarse en política, aunque sea demasiado sucia, porque al estar en ese ámbito se puede trabajar por el bien común. “Es fácil decir ‘la culpa es de aquel’, pero yo, ¿qué cosa hago?”. En 1984 la Iglesia católica expresaba que hay estructuras inicuas y generadoras de iniquidad, que es preciso tener la valentía de cambiar. Y criticaba a quienes se atrincheran en una actitud de neutralidad e indiferencia ante los trágicos y urgentes problemas de la miseria y la injusticia. Bertolt Brecht arremetió contra el analfabeto político, porque ignora que el costo de la vida depende de las decisiones políticas y es responsable de las prostitutas, los menores abandonados y el político corrupto y servil.

A seguir luchando por una mejor suerte de Ratolandia. (O)