La civilización en todas sus expresiones históricas y geográficas ha producido ideas de índole moral con el fin de que sobre ellas se construyan las estructuras sociales. Cada pueblo tiene las suyas propias, pero todos, sin excepción, las han gestado como mecanismos humanos para apuntalar la vida en el tiempo. Existen también conceptos universales que han sido construidos colectivamente o han recibido la adhesión de quienes no participaron directamente, como son la serie de principios que conforman la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
Además de derechos son también referentes morales para la vida. Son conceptos básicos y al mismo tiempo objetivos para individuos y sociedades. Son productos de la sabiduría ancestral de los seres humanos de todos los rincones del planeta y son la esencia de la filosofía moral y de las infinitas variaciones teóricas sobre el tema. Son claros y obvios en el discurso, para todos, tanto para los no ilustrados como para los eruditos, pues tienen un núcleo central común a todas las afirmaciones morales, el cual es alimentado por puntos de vista individuales y por la perspectiva de cada posición intelectual. No son simples fundamentos discursivos a ser utilizados para justificar cualquier tipo de acciones, incluso las más venales. No se agotan en el texto, sino que adquieren vigencia en la acción. No son productos terminados, sino constructos en permanente evolución.
Es necesario buscarlos siempre para así contribuir con su vigencia. Para eso se requiere cultivar una condición personal que los valide como fundamentos concretos de la vida colectiva y que no se sirva de ellos a modo de justificaciones estratégicas para acciones contrarias a su esencia. El cultivo de la personalidad orientada por y hacia los valores es el mayor desafío de la civilización, porque del nivel que se alcance en este ámbito depende la sostenibilidad de los seres humanos y de su entorno social y ambiental. Para la educación moral sirve el criterio de los más altos representantes del pensamiento social y filosófico, así como la opinión de los otros, que sin contar con el bagaje de conocimientos de los primeros, piensan lo mismo y tienen los mismos referentes básicos. Esta idea fue esbozada en mi columna anterior cuando planteé que tanto los eruditos como los que no lo son pueden aproximarse con pertinencia a lo que es benéfico para las personas y para la vida en general.
De ahí que los mensajes emitidos por personajes conocidos mundialmente son mecanismos eficaces para sensibilizar a mucha gente sobre la importancia de las conductas éticas concretas. El discurso de la actriz Meryl Streep en uno de los últimos eventos en Hollywood presentó conceptos esenciales… “la violencia incita violencia”, “la falta de respeto invita a la falta de respeto” o “si los poderosos utilizan su poder para acosar a otros, todos perdemos”. Estos criterios están basados en el núcleo de un humanismo universal común a todos y conocido por todos, pero también permanentemente mal utilizado por quienes creen tener derecho a violentarlo y a exigir de los otros la no violencia y el respeto que ellos mismos no lo practican. (O)